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Probablemente, las mujeres ya estaban inventadas, y por el propio Dios Todopoderoso, autor del inteligente diseño divino con barro y productos biológicos de deshecho (una costilla ajena), pero al parecer mal inventadas, ya que ni siquiera el inventor (el Sumo Hacedor) quedó contento, y hasta le ofendían sus cabellos y era preciso ocultarlos de su vista, que lo ve todo. Por respeto. Así que a lo largo de las generaciones, multitudes de individuos con una costilla de menos fueron acumulando ingeniosas y nuevas aportaciones al invento con el fin de mejorarlo, que es lo que ya en el siglo XX hizo exclamar a la filósofa Simone de Beauvoir que las mujeres no nacen, se inventan. Así que hartas de cómo fueron inventadas, y de las sucesivas remodelaciones y adaptaciones del invento, hace tiempo que las mujeres decidieron reinventarse a sí mismas. Y considerando la calidad de los materiales, no cabe descartar que pronto lleguen a ser, ya sin tonterías y pegotes culturales, el mayor invento de la humanidad.

No será nada fácil llegar a esa versión definitiva, porque debido al masivo interés que suscita un asunto en el que todo el mundo mete mano con fruición, y a los sesgos que infestan la ruta igual que serpientes de cascabel (¡el sesgo biológico!), la reinvención puede durar al menos tanto como la invención. Pero están en ello, como adelantó la filósofa posestructuralista Judit Butler en El género en disputa. Disputadísimo, en efecto, tanto que muchas y muchos ya no saben en qué consiste y menos en qué debería consistir. Si no entendimos bien el estructuralismo, cómo vamos a entender el posestructuralismo. Pero bueno, ningún gran invento ha sido fácil, sobre todo si implica abolir la gramática y el sentido de las palabras, como pasa también en la mecánica cuántica. La palabra sexo, por ejemplo, un engorro biológico que estropea el invento y complica las cosas. Claro que si la suprimes por completo, se complican más. Ni Dios acertó, según el propio Dios y sus teólogos. Yo lo que creo es que los grandes inventos llevan su tiempo y si las mujeres han decidido reinventarse sin intromisiones, peor que el Supremo Inventor y sus sumos sacerdotes no lo harán. Es imposible.