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Cuando en política cotiza al alza la obediencia pierden valor la independencia de criterio, la capacidad de reflexión y el espíritu crítico; la discrepancia es motivo de expulsión a las tinieblas exteriores. Todo lo cual ha consolidado un modelo de organización en el que lo primero es el jefe, después el partido y luego si conviene a esos intereses, el de los ciudadanos. Por disparatado que pueda parecer, el arquetipo de político obediente es Pedro Sánchez, que debe su estatus al acatamiento de todas cuantas demandas han exigido sus asociados, sin que le haya importado la tensión social que pudiera causar, ni le ha producido ninguna incomodidad tener que desdecirse de los compromisos previamente proclamados. Para el presidente del Gobierno, la amnistía a los golpistas catalanes, los pactos con Bildu, las cesiones al nacionalismo vasco, el cupo catalán eran líneas rojas inamovibles. Hasta que dejaron de serlo. Ha obligado a su partido a ser obediente a sus propósitos y con ello ha provocado la deriva definitiva de la organización socialista hacia la renuncia a su identidad y su dilución en una plataforma personal de poder, el sanchismo.

La docilidad de Sánchez con quienes le sostienen en la presidencia es el trasunto de su debilidad, extremo que aprovechan sus presuntos aliados para humillarle cada vez que necesitan exhibir su poder sobre el Gobierno. Y es Carles Puigdemont quien más se regodea en mostrar el colmillo retorcido. El prófugo de la Justicia exige reuniones periódicas con altos cargos del sanchismo que, sumisos, se desplazan donde sea menester. Lo siguiente será la fotografía con Sánchez, fuera de España, donde mejor le convenga a Puigdemont. Y el presidente obedecerá. Para intentar evitar la cuestión de confianza con la que le quiere martirizar un poco más el dirigente de Junts huido. Y al mismo tempo probar de avanzar con unos Presupuestos respecto de los que lo último que se le debe pasar por la cabeza a Puigdemont sea aprobarlos, puesto que unas nuevas cuentas públicas garantizarían la supervivencia de Sánchez hasta el fin de la legislatura y Puigdemont perdería su capacidad actual de extorsión. En buena medida, el resto de socios del sanchismo se encuentran en la misma tesitura: no le dejarán caer pero tampoco van a permitir que reponga fuerzas.

Las obediencias explican que el presidente de la Generalitat defienda ahora traspasos de competencias (puertos y aeropuertos a los Mossos d’Esquadra) que su partido, y el ministro del Interior, habían rechazado de plano hasta el presente; o los vaivenes de determinados impuestos a la banca y a las empresas energéticas, en contra PNV y Junts, y favor del programa fiscal gubernamental toda la extrema izquierda. Un esclarecedor ejemplo de política disciplinada es la presidenta de las Cortes, Francina Armengol, que contribuye activamente al objetivo de someter el Congreso de los diputados a Sánchez, actuando de mera cámara de resonancia de sus designios. La Fiscalía General y la Abogacía del Estado son otras tantas muestras del deterioro institucional al que nos ha conducido la ambición y la falta de escrúpulos de una sola persona, que exige obediencia, también a los periodistas de RTVE y de medios privados, y es a su vez muy obediente.