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París, Amsterdam, Barcelona, Florencia, Nueva York o Singapur, por citar sólo las ciudades más conocidas, han constatado que el alquiler de casas y pisos particulares por periodos de tiempo breves, lo que llamamos el alquiler vacacional, es letal para el mercado de la vivienda tradicional: encarece los precios, expulsando de las ciudades precisamente a los más pobres, a los que inician una vida, a los que acaban de instalarse.

En Mallorca y sobre todo en Ibiza ocurre lo mismo, si acaso con más gravedad. Con varios efectos secundarios -o primarios, dependiendo de gustos- que es el incremento desmedido del uso del coche de alquiler -baste ver cómo se ha reducido el aparcamiento de buses en los aeropuertos-, el aumento de los atascos, y la sensación de saturación debida a la presencia de turistas en lugares y horarios inusuales, porque ahora ya no se alojan sólo en los hoteles, sino en nuestro mismo rellano de la escalera.

En todas aquellas ciudades ya están avanzando en las restricciones a las plataformas como AirBnb. Sin demasiadas investigaciones sobre lo obvio, París ha limitado a noventa días el tiempo durante el cual se puede alquilar una vivienda en este mercado, lo que disuade al propietario y lo induce a alquilar a largo plazo, como siempre; Nueva York simplemente ha prohibido estos alquileres y, más o menos, en todos lados están restringiendo esta actividad. Es un fenómeno general.

En Baleares, no. Aquí tenemos nuestra receta. Aquí nadie habla de limitar la actividad de las cien mil viviendas que Francina Armengol permitió para el alquiler vacacional. Aquí buscamos la solución pero con mucho diálogo, como nos gusta hacer las cosas: hemos creado trece grupos de trabajo, que tras seis meses han acabado la primera fase de sus reuniones aparentemente sin conclusión alguna y, por supuesto, sin decisiones; ahora se inicia la fase dos, sin que sepamos si estamos hablando de cinco o cincuenta fases. Lo que se llama ‘marear la perdiz’.

Porque en realidad, seamos francos: socialmente, los propietarios de esas cien mil viviendas de alquiler vacacional son nostros, somos nosotros, que no estamos buscando vivienda, que disfrutamos de esos ingresos adicionales fantásticos y que votaremos en consecuencia. Y los urgidos de viviendas son nouvinguts, a los que queremos mucho, pero que también podrían irse.

Nos molestan tantos turistas, hoy hasta en la cola del pan, pero no es fácil prohibirlos a todos menos a los que justamente se alojan en casa, que son simpáticos y no hacen mal a nadie.

Ya se nos ocurrirá una idea, pero por lo pronto será en la siguiente legislatura, que de aquí a nada iremos a las urnas y ya tenemos un discurso: «estamos trabajando con trece grupos para encontrar soluciones». Mientras tanto, hacemos caja donde importa. Qué sabrán todas esas ciudades de cuáles son nuestros problemas con AirBnb.