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Dice la prensa que Alemania está desorientada porque no acierta a comprender las motivaciones del asesino de Magdeburgo, pues su perfil no encaja en ninguno de los esquemas del terrorismo islámico. Un hombre bien posicionado, de cincuenta años, psiquiatra (no quiero ni pensar cómo se deben sentir ahora mismo sus pacientes) con casi veinte años de residencia en el país. Ignoro hasta qué punto los expertos en trazar perfiles psicológicos criminales se creen las trolas de unos y de otros, pero yo veo con perfecta claridad qué tipo de sujeto es. Un asesino al que guía la misma motivación que a los del 11-S, los del paseo marítimo de Niza, los de nuestro 11 de marzo y todos los demás, que son legión. Una alimaña podrida por su religión y su cultura, que odia el país, la sociedad y a las personas que le acogen y que un mal día, en su delirio religioso -aunque lo niegue o haya intentado engañarse a sí mismo o a los demás- decide que es un elegido que debe matar al mayor número posible de infieles. Los encontró esa tarde disfrutando de un día en familia, en pareja o con amigos, a centenares, en un mercadillo navideño, símbolo de otra religión, de otra cultura, de otra forma de vivir y de pensar. Y quiso destruirlo. Así de sencillo. Eso de que intentara ayudar a mujeres saudíes a buscar asilo en Alemania me parece una estratagema perfecta para que ellas pudieran instalarse en un país libre y dedicarse a procrear alegremente nuevos mártires, algo que a estos les encanta, entra dentro de sus parámetros religiosos. La única desorientación aquí es saber por qué se acoge a personas de este tipo, que en sus redes sociales dejan un rastro muy claro de cómo son y lo que pretenden hacer.