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El culebrón de la inscripción de Dani Olmo el último día de 2024 devuelve al Barça a su auténtica esencia, la del disparate, con la que me crié en los 70 y 80, justo antes de la llegada de Cruyff como entrenador. Ese Barça era un club que si montaba un circo, le crecían los enanos; todo era adverso y lleno de fatalismo mientras en la capital no había más que orden y victorias. En aquel entonces, el Barça, pese a su poderío, lo lanzaba todo por la borda cuando nadie se lo esperaba y algo similar ha sucedido ahora con dos salvedades: el ridículo es todavía mayor y ya no existe aquella fortaleza que cimentó aquel presidente algo llorica apellidado Núñez. Ahí radica el peligro porque el Barça, en caída libre a nivel de dirección, podría convertirse en un equipito cualquiera. No existe capital que lo pueda devolver al primer nivel. ¿Quién querría llegar a un club que no es capaz de asegurar a su fichaje estrella una inscripción como Dios manda?

El mero hecho de que en la página oficial de la Liga tanto Olmo como Pau Víctor hayan desaparecido de un plumazo causa un sonrojo en la afición que no lo borrará el que en última instancia, gracias a favoritismos y demás, se obtenga una licencia cautelar. El prestigio del club ha quedado en entredicho. Pero no es sólo el club sino también los medios que siempre lo han rodeado, empeñados en crear castillos de arena y titulares grandilocuentes que empobrecen más su imagen. «Salvar al soldado Olmo», rezaba uno mezclando épica bélica con espectáculo circense lo que resulta ultrajante para los seguidores. Recuerdo que con la primera Champions ya en el museo, el Real Madrid iba a disputar su séptima Champions. Uno de esos diarios iluminó la portada con una foto de la victoria del Barça en Wembley con el titular: Quieren una como esta. Y no fue una sino ocho más hasta llegar a catorce.