2025
En la mitología romana, Janus es el dios de las puertas y de los comienzos y los finales del tiempo. Confesaré que, a pesar de ser hijo de enero, me siento más vinculado a lo diario que al dios Jano. En estas fechas es tradición buscar, plantear o entregarse a propósitos o esperanzas que probablemente no se cumplan. Mi intención era ofrecerles una buena retahíla de cosas que no van a cambiar y que se suceden con el mismo orden y lógica que siempre. Las iba a clasificar según un rango territorial: continuidad de guerras, subida de impuestos, desapego político, postureo medioambiental… No lo duden, aquí continuará el debate turístico, el exceso poblacional y los atascos en la vía de cintura, los vicios que lastran el urbanismo municipal y las políticas de vivienda, es Murterar contaminante que seguirá matando la Albufera y así podría continuar hasta llenar no uno sino varios artículos con temas ya tratados. No obstante, a pesar de la permanencia de tantos hechos que deberían revertirse y cambiar es obligado albergar cierta esperanza en los cambios de año y ciclo (aunque seamos fervientes creyentes de lo diario). En estos días en los que tanto nos faltan los que partieron, la actualidad ha manifestado algo tan elemental y necesario como respetar e intentar comprender al que fallece y que, por lo tanto, ni puede enmendarse ni puede defenderse. Guardar memoria es totalmente obligado en unos tiempos de beligerancia social y política; si desaparece el respeto hacia quienes fallecieron es imposible que lo haya entre unos vivos que tienden más a la enemistad que a lo contrario. Este es un valor que va más allá de lo político y quienes me leen quincenalmente saben de mi devoción por el proselitismo y la fraternidad. Ahí radica la clave de nuestro éxito y la solución a tantísimos problemas que existían en 2024 y continuarán en 2025. Por ello he querido iniciar este artículo manifestando mi desconfianza ante los propósitos que solo atienden a un cambio de dígitos, alejados de la determinación y los actos que los forjen. Curiosamente vuelvo estos días a Joseph Roth y sus reflexiones tienen una vigencia absoluta y apabullante. Entiendo la incapacidad humana por resolver determinados retos y la solidez de las grandes carencias que caracterizan a la sociedad actual a pesar de los medios y de la cultura que poseemos. No diré que estamos sumidos en un gran fallo colectivo, sino en una ausencia de unión que nos hace totalmente débiles y vulnerables. Todo ello cobra más sentido en unos días donde las orquestas han sido protagonistas de momentos memorables y que se convierten en una metáfora de lo que esperamos y se exige de nosotros. 2025 será un año para agitar con intereses espurios el pasado y desoír la batuta de los padres de la Constitución. Ante lo que viene, yo -como el maestro Ricardo Muti en Viena- deseo paz, fraternidad y amor en todo el mundo.
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