Javier Jiménez
Javier Jiménez

Subdirector de Ultima Hora

La pobre 'Laika'

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En noviembre de 1957, en pleno aniversario de la Revolución Bolchevique, Nikita Jruschov, presidente de la Unión Soviética, anhelaba una gesta. Un mes antes, en plena carrera espacial con su archienemigo estadounidense, los rusos habían conseguido lanzar al espacio el satélite Sputnik 1, pero vacío. Sin ningún ser vivo en el interior. Así que el Kremblin ordenó a los científicos espaciales que la nueva cápsula, bautizada como Sputnik 2, fuera tripulada por un perrito. Jruschov podría haber enviado al espacio a su santa suegra, o a él mismo, pero como era un cobarde eligió a la pobre ‘Laika’, una perrita callejera mestiza de dos años, que vagabundeaba por las gélidas calles moscovitas. Y la seleccionaron porque era tranquila y no se agobiaba en los espacios angostos, como la pequeña cámara que la convertiría en la primera astronauta de la historia. Pero los comunistas no eran todos unos desalmados y Vladimir Yazdovsky, director del programa espacial de entrenamiento, sabedor del poco tiempo que le quedaba al animal, se lo llevó a su casa, para que jugara con sus hijos y comiera como nunca había hecho. ‘Laika’, por unos días, tuvo una vida normal. Incluso feliz. Jruschov había nacido en Kursk (hoy invadida por Ucrania, lo que son las cosas) y era un tipo duro, así que llegado el momento no titubeó y ordenó que la perrita fuera lanzada al espacio exterior, tan frío como infinito. La pequeña ‘Laika’ aguantó una semana y después, sin oxígeno ni esperanza, nos dejó. Tras una vida de perros. Si en el espacio hay eco, aún se debe escuchar: «Cabrón, la próxima vez envías a tu p... madre».