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«Nos vamos de aquí para ser reyes», le anuncian Dravot y Carnehan a Kipling antes de marchar hacia el Kafiristán. Habían ido a verlo para pedirle que les enseñara mapas y les dejara leer algunos libros. Aseguraban que era todo lo que necesitaban. Lo que es la mili, ellos ya la habían hecho de sobra.

Que a quien le corresponde reinar algún día en España le haya tocado hacerla ahora -si en el caso de los demás guardiamarinas debemos dar por supuesto que embarcarse en el Elcano es el sueño de sus vidas, en el suyo me parecería algo atrevido- nos reconcilia un tanto con aquel tiempo pasado en el que pocas cosas eran mejores que ahora. Nadie había vuelto a hacer la mili aquí desde que se suprimió hace dos décadas y media, y aunque a los que por edad no nos quedó otra nos gusta decir de vez en cuando que este país iría mejor si el servicio militar regresara -entre otras cosas porque a estas alturas debemos de ser menos que los que ya no han tenido que hacerla-, sabemos que se trata solo de una bravata cargada de una contradictoria melancolía. A nosotros nunca nos hicieron subir hasta arriba del palo de trinquete. Me pregunto, mientras veo las imágenes por la tele, si Dravot y Carnehan y todos los que hoy quisieran ser reyes en lugar de los reyes habrían estado dispuestos a hacerlo. Yo mismo en BUP ya no me atreví con el plinto y me bajaron tres puntos la nota en gimnasia.