Amaya Michelena
Amaya Michelena

Jefa de sección (Domingo)

Hamás

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Alcanzado al fin el alto el fuego para que al menos una parte de los rehenes en manos de Hamás desde hace quince meses, es hora de felicitarse. Aunque esta tregua tendrá un altísimo precio para Israel: abrir las puertas de la cárcel para que salgan terroristas, asesinos y, seguramente, algunos inocentes también. El Gobierno de Netanyahu ha asegurado desde el primer momento que sus bombardeos sobre hospitales, escuelas e incluso convoyes humanitarios se llevan a cabo porque los milicianos de Hamás se esconden allí, rodeados de civiles que utilizan como escudos humanos. No es descabellado, dada la naturaleza siniestra de ese grupo criminal. Pero ya han perdido la vida más de cuarenta mil personas en Gaza, muchas miembros de Hamás y, sin embargo, aún se estima que quedan veinte mil terroristas en pie, dispuestos a mantener vivo su legado de muerte, violación y tortura. Lo malo es que seguirá y seguirá hasta el infinito. Porque cada día hemos visto familias destrozadas, madres solas rodeadas de críos hambrientos, abuelas que se abrazan al cadáver de un hijo, de un nieto… ¿hacia dónde cree Israel que esos niños van a encaminar sus pasos? ¿Acaso sería lógico que deseen ser enfermeros, profesores, bailarines o propietarios de una tienda de comestibles? Alguno habrá, desde luego, eso va en función del temperamento de cada cual, pero estoy segura de que muchos estarán deseando coger las armas y disparar. El relato victimista lo conocen desde que han nacido –viven en un ‘país’ que depende al cien por cien de la ayuda humanitaria extranjera para sostenerse– y ahora esta guerra inmisericorde terminará de moldear su mente y su alma. Si hoy quedan veinte mil, mañana serán el doble.