Gemma Marchena
Gemma Marchena

Periodista especializada en municipal (Palma)

Libertad

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Al final, todo es cuestión de libertad. Con este argumento se justifica el uso de la vivienda como un activo financiero. Que sea un negocio. Por eso, muchos propietarios argumentan que con su vivienda hacen lo que les da la gana y que si ahora faltan pisos para vivir, no es culpa de quien ha querido convertirla en una residencia para turistas, sino del Gobierno. «Nosotros [los propietarios] no tenemos que cubrir el papel que debería cumplir el Estado, que es el hacer vivienda social», señalan algunos. Huelga decir que hay un buen puñado de estos inversores que si pueden, no pagan impuestos, por lo que restan aún más capacidad para hacer vivienda social.

Pero vayamos a la libertad. Airbnb abrió las puertas a que nuestra vivienda se convirtiera en una fuente de ingresos. Instalemos pisos turísticos donde nos dé la gana. Da igual que nos encontremos en una zona residencial: el turista quiere vivir el destino auténtico. Del mismo modo que el piso o la casa puede convertirse en un alojamiento turístico sin cumplir normativa alguna, estaría bien convertir la residencia de nuestra abuela en un restaurante. Que haya clientes que se encuentren con los vecinos en la escalera es lo de menos. Que el repartidor de vinos utilice el ascensor de la comunidad nos da igual. Queremos libertad para convertir nuestro piso en el negocio que nos dé la gana. Podríamos abrir casas de apuestas, lupanares, colegios privados, salas de conciertos en nuestra vivienda. Queremos libertad. Hacer con nuestro pedacito de Isla lo que nos dé la gana. Y cuando todo sea negocio, podemos dormir en tiendas de campaña Quechua. Y realquilarlas si es necesario.