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No volver a oír a un político citar una serie de televisión como argumento de autoridad. Que ningún tertuliano más de la tele o de la radio empiece su intervención diciendo «a ver». No tener que leer las palabras rancio ni susodicho en un artículo de opinión ni descubrir que alguien ha vuelto a titular otro como una obra de García Márquez (que todavía los sigue habiendo). Que nadie me asegure de una nueva novela que no me va a dejar indiferente o que me hará pensar (yo a mis lectores les tengo en tan buena consideración que los supongo ya pensados). Que los familiares de los escritores fallecidos se lo piensen dos veces antes de entregarle al editor esa novela que nunca quiso publicar en vida o dejó a medio concluir (y, sobre todo, que no se les ocurra concluirla ellos mismos o confiarle la tarea a ningún mandado). No escuchar ninguna entrevista radiofónica más al padre o la madre de un medallista o campeón de algo (aquí tengo esperanzas: 2025 no es año olímpico). No volver a encontrarme con los gentilicios teutón, transalpino o galo en una crónica futbolística, y que ya sin Rafa Nadal en la pista (es una pena, pero no hay mal que por bien no venga) las retransmisiones de Roland Garros vuelvan a distinguirse de las de la Champions. La he repasado y aun así estoy seguro de que me dejo algo, pero me daré con un canto en los dientes si al cabo de este nuevo año se han hecho realidad solo la mitad de las cosas de esta lista de deseos.