El urbanismo ha cambiado, lo hace a la misma velocidad que se suceden los hitos más importantes de la nueva era. La transformación social y la concentración en las grandes urbes de los extraordinarios flujos migratorios, así como la itinerancia residencial, hacen plantearse el paradigma de una visión diseñada a veinte años vista.
Los visionarios ya no son bienvenidos a políticas anquilosadas que, dirigidas desde un púlpito de superioridad moral, marcan el destino de los territorios inexorablemente. El Plan General de Palma, diseñó en abril de dos mil veintitrés, un horizonte líquido En 2011, Palma contaba con 402.000 habitantes; al finalizar 2024 somos 431.521. Imparable crecimiento demográfico en Baleares, Madrid y Comunitat Valenciana lideran el aumento poblacional en España seguidas de cerca por las Islas Baleares, que alcanzan los 1.231.768 habitantes con un incremento del 1,8 %. La población de Palma crece un 26 % en dos décadas y solo los extranjeros, un 157 %. Con estos datos, cualquier gestor público hubiese ajustado las previsiones a las necesidades futuras. Pues en Palma fue justo al revés.
La notoria tendencia de crecimiento poblacional, y su más que previsible aumento, fue despreciada e ignorada en la redacción del Plan General vigente. De esta forma, la propia memoria social del Plan, dispuso, con toda la doctrina científica y metodológica entonces (hasta el Govern balear del mismo color político que el equipo municipal de izquierdas, alegó que el cálculo para el aumento de población estimado era erróneo) en contra, que Palma crecería en 66.812 habitantes hasta 2040, y dibujó las necesidades de Ciutat, con esta cifra disparatada, a saber; la vivienda, los parques, los equipamientos, las infraestructuras, el crecimiento de Palma en veinte años, sometido a una decisión errónea, y arbitraria. Son los mismos que dispusieron los urbanizables de Palma, las futuras viviendas de Ciutat, con desarrollos mayoritariamente en el tercer y cuarto cuatrienio, más allá del año 2030, y no ahora, cuando más falta hace.
Este error, no obstante, no es inocente. Es premeditado y es la génesis de la izquierda posmoderna, que aboga por el decrecimiento. Esa teoría del decroissance nace en 197 de la mano del filósofo marxista André Gorz inspirándose en el informe del Club de Roma: «Los límites al crecimiento». Esta teoría, en amplia difusión por la izquierda balear, se basa en decrecer, y socavar los fundamentos científicos de la prosperidad de las naciones. Su receta es menos consumo, y más control.
La izquierda quiere vivienda sin usar suelo, el dinero de los turistas, sin los turistas, el empleo de los hoteles, sin los hoteles, y una vida de servicios y prosperidad compartida, sin explicar el recambio a todas esas fuentes de prosperidad y riqueza. El economista Branco Milanovic ha explicado que el decrecimiento es pensamiento mágico, no solo significa que los países ricos reduzcan su nivel de vida, sino que impide que los países pobres escapen de la pobreza. Cada uno puede escoger la utopía que prefiera y aderezarla con eslóganes como «precios justos», «negocio ético», «vivienda digna», el pensamiento mágico transforma su falta de argumentos a un lenguaje tan pernicioso como falaz; no existe tal alternativa. No es posible que no descienda nuestra calidad de vida, fruto del esfuerzo de varias generaciones, cambiándolo por impuestos a los ricos, prohibición de los jets privados, y tasas al lujo: sostienen que produciendo menos habría más para todos. Con la misma tesis que dispone que construyendo menos, con menos suelo, habrá más viviendas para todos.
Es el pensamiento mágico, elija vd la utopía que más le guste, mientras seguiremos cometiendo los errores que vd seguirá pagando, piensa la izquierda. Y como todo pensamiento mágico, y líquido, conviene decirles que, antes que nada, es una gran estafa.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.