Lo que más me choca de la célebre ley del ‘solo sí es sí’ es que, a mi juicio, no se corresponde con el mundo en el que habito. Esa ley parece partir de la idea de que los hombres son siempre y en todo momento depredadores sexuales, cosa que no se corresponde con lo que he visto a lo largo de mi vida. En los numerosos entornos de los que he formado parte, nunca vi a nadie que impusiera por la fuerza sus deseos sexuales. Jamás. Y tampoco creo que, de haberme encontrado con alguien así, los demás integrantes del círculo hubiéramos consentido algo así, sin más. Diría que la mayor parte de los hombres que he conocido pertenecen a alguno de estos tres grupos: el de los inocuos, inofensivos, que hasta rechazarían una propuesta sexual de una chica; el de los que, si pudieran, se acostarían con una diferente cada noche, y el de los que dicen ser del segundo grupo pero llegado el momento son del primero. O sea, los ‘bocazas’. He conocido muchos hombres con vocación de semental, pero jamás he visto que buscaran sus objetivos sin consentimiento. Para mi sorpresa, muchas más veces de las que yo hubiera imaginado, consiguen sus presas solo con dejarlo caer de pasada.
Nunca he sabido de una chica que, habiendo dejado clara su negativa, fuera acosada. Lo cual no quiere decir que no existan casos así, por supuesto. Que yo no lo haya presenciado no es prueba de su inexistencia. Como conocemos el contexto, esto hay que repetirlo inequívocamente: hay delincuentes babosos y repulsivos que merecen toda la censura posible. Y penas, si corresponde. Pero, desde mi experiencia, una ley que trata a todos los hombres como presuntos culpables es inadmisible.
Todos somos hijos de nuestra historia. Creo no haber convivido con estos salvajes, por lo que la ley me parece desproporcionada. En sentido contrario, siempre me pregunté qué habrán vivido estas feministas que controlan el Ministerio de Igualdad para promover tamaña desigualdad. Una ley es la respuesta a un entorno que no llego a identificar. Sin embargo hoy, años después, tras un alud de hechos ampliamente difundidos en los medios, empiezo a entender cómo las dirigentes de Podemos debían de ver el mundo para pergeñar una ley tan aborrecible. Lo empiezo a entender porque he visto que algunos dirigentes de sus partidos, movimientos, sensibilidades, corrientes, o como le quieran llamar, ejercían la «afiliación vaginal», según ha ocurrido al menos en Mallorca; o se sacaban el miembro delante sus compañeras al menor descuido, o aprovechaban cualquier rincón para embestirlas contra la pared. Esto es lo que dicen las denuncias en las redes, en los medios o en los juzgados que se han presentado contra los dirigentes de Podemos y sucedáneos, entre ellos varios de los más importantes, como Monedero o Errejón.
Y aquí es donde empiezo a entender qué es lo que ha venido ocurriendo. Si mis hijas o mi mujer hubiesen sido parte de una organización en la que los hombres se comportan así, en la que sus conductas son babosas, en las que hay una mezcla de poder y chantaje sexual, donde en los rincones en cualquier momento puede haber un ataque; si encima todo eso se hace bajo un paraguas feminista absolutamente falso y mentiroso, entonces tengo claro que pensaría que los hombres son despreciables. Y no hilaría fino para salvarlos.
Me pongo en el pellejo de esas pobres chicas que deberían de estar pensando: «Si los denuncio, hasta mis compañeras que aspiran a ascender, negarán lo ocurrido», como se está destapando ahora mismo. De hecho, una de las dirigentes ha dicho que no denunció a Monedero para proteger a las víctimas, exactamente lo contrario de lo que habría ocurrido en cualquier otro entorno y sobre todo, de lo que ellas mismas predican a diestra y siniestra. Sobre todo a diestra. Ahora resulta que en Podemos el silencio protege a las víctimas de sus jefes, aunque fuera hay que escrachar, denunciar, juzgar y encarcelar, si es oportuno. Si hubiera estado donde ellas y viera el mundo con sus ojos, probablemente habría abogado por suprimir la presunción de inocencia. A fuerza de ver como las denuncias mueren antes de nacer, uno puede comprender que toda acusación sea verdad incluso sin pruebas. El ‘yo sí te creo’ se ve con otros ojos: no, no intentes probar nada porque los tentáculos de los compañeros son tan fuertes que van a poder aplastarte allí donde vayas.
Lo que han ido contando de Errejón, que era el líder intelectual de Podemos y ahora de Sumar, o de Monedero, no podían ser asuntos aislados. Igual que tengo una certeza muy elevada de lo que digo respecto de los círculos de los que he formado parte, por supuesto que todo el mundo debía de saber que los jefes en Podemos eran unos babosos. Por algo las estudiantes decían que las tutorías en la universidad con uno de estos pájaros las aceptaban solo con las puertas abiertas. Si es que todos nos conocemos.
Lo tremendo es que todas esas chicas que creyeron en un futuro igualitario, socialista, utópico, no conocían cómo eran los hombres sino sus hombres. Ahí hay que entender la combinación de esta tremenda desgracia, la bisoñez, con la ambición política. Y ese menjunje nace una ley que trata a los hombres de este país como si todos fuéramos buscando rincones oscuros y, sobre todo, como si todos usáramos cualquier resorte de poder que pudiéramos tener para conquistar trofeos sexuales y aplastar el disenso. A estas alturas podemos concluir que todo esto era una farsa, un viaje de fin de curso que se desmadró, una aventura que perdió el norte. Habrá que volver al mundo real. Y volver a legislar con seriedad.
2 comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
Jaume PataumePero ninguno de estos se dedicaba a dar lecciones morales.
A ver si resultará que Rubiales, Weinstein, Plácido Domingo, Depardieu, Morgan Freeman y un interminable etcétera trufado de capellanes eran de Podemos.