Payasadas

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Hubo un tiempo en el que los premios más prestigiosos de la industria cinematográfica eran algo íntimo, casi privado, donde los profesionales del Séptimo Arte se elogiaban unos a otros y disfrutaban de su privilegiado estatus. Con el tiempo, esos premios derivaron inevitablemente en un acontecimiento en sí mismos, al que dichos profesionales, apoyados por los nuevos medios de comunicación, iban a lucirse además de a demostrar su talento, derrochando por supuesto lo que en aquel entonces se llamaba glamour. ¿Hasta dónde se podía ser sensual, en aquel entonces? Fueron tiempos donde las faldas se hicieron más largas y los escotes más atrevidos, y década a década, mientras crecía la popularidad de la ceremonia, también crecía el atrevimiento, hasta que tanto los vestidos de ellas como los trajes de ellos dejaron poco (o nada) a la imaginación (lo cual tampoco es extraño, porque a fin de cuentas, seducir era parte del juego, lo reconociesen o no todas las partes implicadas). Pero hoy en día, con tantas barreras (supuestamente) superadas y tantas libertades (supuestamente) alcanzadas, y con tantos ojos puestos encima en cada detalle, parece que lo único que se puede hacer en estas circunstancias, tanto por ellos como por ellas, es simplemente el payaso, con trajes a cual más bizarro y estrambótico, simplemente para arañar unos comentarios anónimos en unos medios saturados (y hastiados), en los que por supuesto la sensualidad es lo menos importante del asunto. En fin, qué tiempos estos…