Miquel Serra
Miquel Serra

Consejero editorial del Grupo Serra

Portopí

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Circulo ante la Estación Naval de Portopí y reparo en ella. Hace años amarraban de manera permanente dos viejos dragaminas de la Marina que daban un aire militar al puerto, pero un día se esfumaron. Desde entonces es raro y puntual ver algún buque de guerra. En el muelle hay una veintena larga de veleros y lanchas. Algunos están fondeados y otros en el dique, como en un puerto deportivo cualquiera. En un edificio se lee: «Comisión Naval de Regatas». Al lado se encuentra la mole inmensa que se hizo construir don Juan Carlos para invernar al desgraciado Fortuna II. El impacto visual es desorbitado, excede todo lo razonable. Imagino que este edificio se levantó sin ningún permiso de las autoridades civiles y por urgentes razones de seguridad nacional. Pienso en lo que deben almacenar ahora allí dentro. ¿Más barcos de recreo? ¿Material de guerra, tal vez? Lo lógico sería derribar la estructura, si su función original desapareció con el yate real. Es mediodía. Al otro lado de la ensenada están amarradas las patrulleras de la Guardia Civil. Los muelles se encuentran muy tranquilos, apenas hay movimiento. Me imagino que los mandos de la base se centran en trabajos de administración y de oficina, y la tropa al mantenimiento de las instalaciones. Me pregunto entonces si esta ensenada cumple con los estándares de un puerto para buques de guerra, cuando nos hablan de incrementar y modernizar las fuerzas armadas por el lío en el que nos ha metido Trump. Lo mire como lo mire, da igual, la Estación Naval de Portopí sería desconcertante si no fuera por la presencia de los barcos de la Guardia Civil.