Pequeños detalles y crisis matrimoniales

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A menudo escribo sobre la grandeza de los pequeños detalles y, pensando en ellos, me vino a la cabeza la conversación mantenida, no hace mucho, con un padre de familia que, en pleno proceso de ruptura matrimonial, apenas puede comunicarse con sus hijos.

Desde que en 1993 empecé a ejercer como abogada, he comprobado que, en numerosas ocasiones, los excónyuges interpretan a su manera los extremos previstos en sus convenios reguladores o sentencias y toman medidas de forma unilateral, y al margen de aquellos, sobre el régimen de visitas a los hijos, el pago de pensiones alimenticias, la contribución a las cargas familiares, etc.

Estas situaciones, que legalmente tienen su correspondiente protección y respuesta, suelen desembocar en innumerables y recíprocas denuncias por incumplimiento que sólo conducen a escenarios desquiciantes en los que los peor parados son esos hijos que, utilizados como moneda de cambio, ven que su infancia transcurre entre insultos, peleas, denuncias, juzgados, atención de servicios sociales, centros de salud mental, y, llegado el caso, hasta centros de menores.

A lo largo de mi experiencia profesional siempre he recomendado a mis clientes que, en caso de separación o divorcio, lo hicieran mediante procedimientos de mutuo acuerdo en los que primara el bien de los menores, la calma en la adopción de pactos, el compromiso de armonía pese a la ruptura y el sentido del amor.

Dirán ustedes ¿Amor? ¿Qué dice esta ilusa? Y yo repito: sí, con sentido del amor, ese amor por el que un día dos personas se unieron, ese amor responsable por los hijos y ese amor esencial que cada uno de nosotros debe sentir por el prójimo.
Para muchos, puede sonar a utópico, inconcebible o imposible, pero paren un momento y mediten: ¿Tenemos derecho los adultos a sacrificar la estabilidad de nuestros hijos en aras de nuestras diferencias y discusiones?

La respuesta es un rotundo no, y ello me lleva a otro planteamiento:

Para quienes se casan por la iglesia, es obligatorio hacer un cursillo prematrimonial que, en mi caso, no me vino nada mal. Por supuesto que el curso no te libera de los problemas ni de las eventuales crisis esporádicas, pero sí que, al menos, ofrece pautas para una convivencia amorosa, armoniosa y respetuosa. De hecho, llegados a este punto, hasta considero que este tipo de cursillo enfocado en el respeto mutuo y en el bien de la familia no vendría mal en cualquier tipo de unión familiar.

Y yendo más allá ¿Acaso no sería altamente beneficioso una formación sobre pautas a seguir antes de plantear una demanda de divorcio, separación o nulidad matrimonial?
¿Se imaginan la de cuestiones previas, y no tan previas, que se podrían solventar si, antes de embarcarse en una ruptura, un técnico habilitado en los propios tribunales (y no contaminado por ningún tipo de ideología) informara a los contrayentes en crisis sobre los puntos básicos de una ruptura?

En él se abordarían cuestiones sobre el derecho de los menores a ser felices; sobre la obligación de los progenitores a respetarse entre sí; el deber de cumplir los convenios y sentencias; el derecho a denunciar sin hacer de la denuncia un instrumento destructivo de comunicación y, en fin, se trataría de un curso en el que se muestren, con ejemplos reales, las consecuencias que ciertas situaciones perturbadoras pueden generar en el desarrollo personal de tantos niños privados de una comunicación fluida, respetuosa y afectiva con sus padres.

Me consta, por desgracia, que hay casos en que el exceso de violencia se convierte en un auténtico infierno del que podría hablar en otro hipotético artículo, pero lo que planteo ahora para la mayoría de rupturas, aunque aparentemente idílico, no es imposible.

Por supuesto que en cualquier tipo de relación los problemas y desavenencias existen, pero no olviden que, gracias a pequeños detalles, se pueden limar asperezas hasta reconducir situaciones de crisis, cualquiera que sea su alcance, a situaciones de reconciliación dentro del propio matrimonio o de la propia separación. Así, una mirada sin odio, un respirar profundo, una leve sonrisa, una conversación pausada, una cesión, un gesto de comprensión, pueden funcionar como pequeños detalles que nos hagan comprobar que una ruptura puede ser compatible con el respeto y, sobre todo, con el AMOR HACIA UNOS HIJOS que tienen el derecho de crecer y desarrollarse en un ambiente de paz y con el cariño de quienes, pese a la crisis, una vez se quisieron y decidieron vivir en común.