Autonomía provinciana

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A menudo los baleares se preguntan por qué su comunidad tiene tan poco peso en Madrid. Y es que, a la hora de la verdad, por mucho autogobierno que tengamos, el Archipiélago sigue siendo una provincia, igual que en siglo XIX, cuando Javier de Burgos estableció esta estructura territorial que beneficiaba al centralismo y que tanto potenció después el franquismo.

Para ver de cerca nuestra penosa realidad lo mejor es compararnos con una autonomía peninsular que tenga, casi, el mismo número de habitantes. Es de caso de Extremadura, que tiene un millón sesenta mil personas. Balears ya alcanza el millón doscientas mil. Pero Extremadura tiene asignados diez diputados para el Congreso conforme a la ley electoral. Y Balears, más habitada y con una capacidad productiva muy superior, solamente tiene ocho. El agravio es humillante, y más hoy en día en que un par de diputados valen su peso en oro un parlamento capitalino cada vez más dividido.

¿Por qué esta discriminación? Simplemente, porque Balears, a efectos prácticos de óptica madrileña es una autonomía uniprovincial, o sea una circunscripción única, igual que en los tiempos del cuplé, mientras que Extremadura está compuesta por Cáceres (cuatro diputados) y Badajoz (seis), conforme a los baremos legales de adjudicación de escaños.

En la práctica es una tomadura de pelo. Pero lo más triste es la resignación balear. Deprime que nuestros partidos políticos, comenzando por los soberanistas (¿es que se pasan el día tocando la guitarra?), no den un golpe sobre la mesa para modificar una ley injusta, levantando la bandera de la defensa de los intereses de su propio pueblo. Siempre seremos poca cosa si no tenemos más fuerza en Madrid. Luego nos quejamos de saturación turística y de falta de poder en el control de los aeropuertos. Pero lo primero que necesitamos es conseguir los diputados que nos corresponden.