El profesor Bouza ha sido jefe del departamento de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas del Hospital Gregorio Marañón; y catedrático de Medicina en la Universidad Complutense hasta su jubilación en septiembre de 2017. Actualmente es profesor emérito y consultor. El martes coordinará la jornada dedicada al COVID permanente del Club Ultima Hora y la Fundación Ramón Areces.
¿Qué prevalencia se estima que tiene la COVID persistente?
—Yo prefiero llamarlo síndrome post COVID porque el término ‘persistente’ es menos feliz, es como una condena, y ni sigue en todo el mundo, ni es permanente. Dicho esto, el primer problema de las prevalencias es la definición, si aceptamos que una persona siga con manifestaciones clínicas que alteran su vida por algo que no tenía, más allá de 90 días, podemos estar entre un 30 y 40 %. Si lo acotamos a síntomas objetivables, con una placa de tórax todavía positiva o un escáner con lesiones cicatriciales el porcentaje puede ser menor. Aún así, sabemos una proporción muy pequeña del conjunto.
¿Entre los síntomas comunes, hay también de salud mental?
—Sin duda. Es uno de los aspectos más importantes y a veces no son objetivables. La tristeza no es fácil de medir, no digamos la perdida de un familiar ¿Sería igual si se produce en circunstancias distintas? ¿Debemos incluirlo? Hay que discutirlo. Los intensivistas conocen muy bien el síndrome post estancia en UCI, que ya era muy común antes de la COVID, por lo que no está claro que sea específico para esta enfermedad. Se parecen mucho.
¿Cuál sería el abanico de síntomas?
—La mayoría son leves: dolor de cabeza, cansancio, depresión… En el otro extremo se puede encontrar a gente con manifestaciones pulmonares que limitan su función, que no respiran como antes por cicatrices pulmonares.
¿Existe un registro de pacientes con síndrome post COVID?
—Los hay en distintas instituciones y hospitales. No creo que un registro nacional haga falta pero sí favorecer que cada hospital ponga en marcha grupos cooperativos que faciliten la asistencia del paciente, para que no vaya de departamento en departamento. El ideal que un grupo de gente les facilite las cosas para que no entre en listas de espera que agraven su situación.
¿Deben vacunarse estos pacientes?
—No conozco ningún estudio sólido que haya establecido una indicación de ser revacunado. Yo no soy partidario de hacer cosas a la gente sin motivación, sin causa o sin estudio. Hay un principio de los médicos que es primum non nocere: lo primero es no hacer daño. No sabemos si puede haber efectos adversos, así que mejor es ir haciéndoles un seguimiento y ya.
¿Por qué nos sigue sorprendiendo este virus con todo lo que se conoce de ellos?
—Nos sorprende poco si lo comparamos con otros acontecimientos científicos. Las pandemias a veces han durado siglos. Hace no mucho, tardamos meses en conocer el agente causal del sida. El SARS-CoV-2 se identificó en menos de un mes y se caracterizó genéticamente a la semana siguiente. Ahora ya existen tratamientos y vacunas eficaces.
La pregunta es por el nuevo aumento de incidencia en los últimos días.
—La sociedad actual parece tan demandante de un estado hedonista que no se puede resistir que no haya ocio nocturno. El megabrote entre estudiantes es un reflejo. En mi generación lo pasábamos bien en círculos más reducidos, nunca he necesitado 400 personas para pasarlo bien. No se qué pasa con los jóvenes.
¿Hay que temerle a la evolución de la variante Delta?
—Hay que tener respeto, miedo no es la palabra. Las vacunas han demostrado una alta eficacia contra todas las variantes existentes. Hay un porcentaje importante de gente que también ha pasado la enfermedad y se ha vacunado con el agente natural. Lo que hay que ser prudentes.