¿Cómo abordará la conferencia?
— Definiendo el objetivo de la inteligencia como el de resolver problemas. Esa es su gran tarea.
¿Conflicto y problema son iguales?
— Son casi opuestos. Los seres humanos siempre vamos a tener enfrentamientos porque somos seres conflictivos y, a veces, cuando pensamos de distinta manera, nos tiramos los trastos. Pero estos enfrentamientos se pueden plantear en dos formatos distintos. Uno es el conflicto en el que el otro es el enemigo y quiero eliminarle para vencerle; y el otro formato es verlo no como conflicto, sino como un problema para el que tenemos que ver si somos lo suficientemente inteligentes para resolverlo juntos. En España tendemos a plantearlo todo como conflicto y hemos tenido una historia agitada, salvo la Transición, que fue cuando planteamos las cosas como problema en una demostración de inteligencia política.
¿Cómo se presenta la actualidad: conflictiva o problemática?
— Ahora estamos en un mundo muy complicado en el que tendemos a tomar muchísimas decisiones y con polarización, que es una forma de plantear las cosas como conflicto. Por ejemplo, en Ucrania, algunos han dicho que hay que recuperar el servicio militar. Tenemos que tomarnos en serio la inteligencia política, si no, los problemas se nos comen.
¿Cómo entender la inteligencia política?
— Comprendiendo lo que significa lo político. Hemos hecho una mala elección: separar política y lo civil. Es un disparate pensar que los políticos van a lo suyo porque es darles un salvoconducto. Es como decirles que no podemos esperar mucho de ellos, pero ¡cómo va a ser así si les entregamos una parte de nuestro futuro y libertad! Vamos a pensar las cosas. Si vivimos en la polis somos políticos todos. Unos gobiernan y otros son gobernados, pero es una distinción dentro del hecho de que somos políticos. Debemos comprender qué es el poder, cómo se maneja y que el objetivo de la política es buscar soluciones que afecten a la convivencia. Esto es la política, no gestionar el poder. El gran político es el que convierte un conflicto en un problema y al conjunto de las mejores soluciones políticas lo llamamos ética.
«El buen político es el que logra convertir un conflicto en un problema que podemos resolver de manera conjunta»
¿Cómo hemos llegado a este momento de crispación en el que políticos y ciudadanos parecen caminar sendas diferentes?
— El poder es una estructura necesaria para la organización de una sociedad compleja, pero es por sí mismo expansivo y no tiene sistema de frenada. Tiende a esclavizar y a hacerse absoluto. Hay que ponerle límite. Hay una euforia enorme con el nacimiento de las democracias, pero se hicieron tantas promesas que llenaron de esperanza el corazón de la gente y no se cumplieron y por ello ahora se desconfía tanto de ella y se vuelve a confiar en sistemas autoritarios. Estamos viendo un retroceso político y un enfrentamiento dentro y fuera de las naciones muy grande y esto debería hacernos reflexionar. Nuestro sistema constituyente es un trabajo de orfebrería y hay que reconocerlo y enseñarlo porque si no se conoce cómo están hechas las instituciones no comprendemos por qué debemos participar en ellas ya que no sabemos de qué va el asunto y caemos en el ‘resuélveme los problemas que no quiero ocuparme yo’. La democracia no es una realidad, pero sí una ficción salvadora que hemos hecho.
«El poder es una estructura necesaria para organizar nuestra sociedad, pero es expansivo, no sabe frenar y tiende a esclavizar»
Y pide un mantenimiento diario.
— Claro. Hemos creado un mundo artificial, pero salvador, como las teorías científicas. Lo hacemos lo mejor posible, pero tenemos que ir haciéndolo mejor. Y pasa igual con los valores. Algunos no se han tenido en cuenta porque parecían inalcanzables, como la igualdad entre hombres o que no hubiera esclavos, pero progresamos a base de errores y correcciones. Es nuestra biografía.
¿Cree que juegan un papel en todo este contexto el escepticismo y relativismo imperantes?
— Clarísimamente y acuso a la filosofía por no cumplir su función de servicio público y garantizar la vigilancia epistémica. Con tanta cantidad de gente dispuesta a engañarte y en un mundo tan complejo deberíamos tener una postura alerta para someter a filtro, que es lo que significa crítica, esta especie de gigantesca invasión de opiniones. La filosofía posmoderna es una gran responsable de haber pervertido el discurso epistémico. No voy a decir qué malo es el relativismo y qué buenos los criterios objetivos de evaluación, pero tenemos una inteligencia muy perezosa y en este momento los ojos están muy perezosos y los humanistas también.
Usted es un gran defensor de la educación, ¿cree que tiene margen de maniobra ante todo este panorama?
— Desde la educación hay que desarrollar la inteligencia resuelta que anda con ánimo resolviendo problemas. Decimos con mucha alegría que no sabemos cuál será el 60 % de los puestos de trabajo de los jóvenes ni con qué herramientas trabajarán ni con qué conceptos pensarán, pero sí sabemos que tendrán problemas y hay que precisar las facultades y competencias necesarias para que los puedan resolver. Lo que pasa es que no estamos sabiendo gestionar las oportunidades que nos dan estos nuevos medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Estamos aceptando una servidumbre hacia ellos y esto nos hace perder la capacidad de tomar decisiones. La educación no debe competir con laIA en el terreno cognitivo sino dar un salto si queremos reservarnos la capacidad de decidir utilizando lo que propone laIA.
¿Se olvidan de la ética los discursos científicos por pretender ser objetivos?
— Fíjese, yo no empecé dedicándome a la ética, sino a la inteligencia y a la creadora en especial, pero he ido progresando y me he dado cuenta de que la gran creación de la inteligencia no es la ciencia ni es el arte, es la ética. Y es así porque cumple con la función de resolver problemas, como toda inteligencia, pero además los más complejos, de mayor importancia vital, aquellos en los que están en juego la convivencia, la dignidad y la felicidad pública. Esto es la ética. No hablo de sistemas normativos de izquierdas o derechas, o del más acá o el más allá, cuando elegimos entre una moral y otra es porque podemos justificar que es la mejor solución.
¿Cómo lo justificamos?
— Que mentira y verdad no sean iguales no es porque una nos parezca más bonita, sino porque no se puede montar una convivencia sobre la mentira. Cuando pensamos en la democracia no es porque ahora nos parezca mejor, sino porque la experiencia del poder absoluto ha tenido como resultado que los ciudadanos son los que han pagado el pato. La justificación de la ética es inductiva: estudiamos casos y decidimos la mejor solución. Pero esto requiere trabajo.