Trabajan por reducir a la mitad las emisiones globales de cara a 2030. ¿Realmente lo ve factible?
—Es complicado poder alcanzar el objetivo a nivel global, pero Europa y Estados Unidos impulsan grandes avances y China está haciendo la transición energética más rápida. El problema es el resto del mundo, las economías emergentes que no van en esta dirección porque todavía están creciendo y aumentarán más sus emisiones. Lo que importa es que los países líderes, al invertir en tecnología, permiten abaratarla, y eso facilite las cosas al resto de países para que se adapten. Hay sectores en donde es más fácil introducir estos cambios, como en el transporte de pasajeros y de ciertas mercancías, y otros en que es muy complicado, como el transporte marítimo y aéreo. La tendencia, sin embargo, es positiva.
¿Las multinacionales tienen más capacidad que los estados para potenciar esta transición?
—Las empresas están actuando por una cuestión de responsabilidad, de oportunidad de negocio y para reducir riesgos. Cada una verá uno de estos aspectos más importante que otros, pero la oportunidad de negocio ya es muy clara. En todos los escenarios las compañías son conscientes de cómo el cambio climático afecta a sus clientes y en su capacidad productiva. Las multinacionales se han implicado bastante y hay muy pocas que no hablen del cambio climático en sus consejos. Hay un informe de la ONU que dice que un 80% de la población mundial quiere que los gobiernos hagan algo contra el cambio climático. Existe esa importante demanda social, pero la mayoría de las emisiones las emiten las industrias y el gobierno solo regula. Por eso, nuestra posición desde hace diez años es: ¿dejamos que los gobiernos nos regulen o queremos ir por delante para adaptarnos? La mayoría de actividades que hacemos son voluntarias, estableciendo objetivos y acumulando conocimientos que se comparten con los gobiernos para colaborar y reducir emisiones. Las empresas tienen un conocimiento tecnológico, del mercado, de lo que buscan los inversores, que es más sofisticado de lo que pueda saber un gobierno.
¿Qué argumentos dan las empresas que no se implican?
—Dicen que es muy difícil, pero las que están involucradas también lo creen y están implicadas. Es una cuestión de liderazgo, de querer resolver las cosas. Eso es fundamental. El liderazgo hay que trasladarlo a todo los empleados de la empresa, como gerentes y jefes. Ikea, por ejemplo, es increíble cómo lo está haciendo; es líder. Es complicado, está claro, porque las tecnologías son más caras o se requieren conocimientos y capacidades complejas y nadie quiere ser el primero en arriesgarse. Aun así, los que se arriesgaron y apostaron por las renovables no padecieron la crisis derivada de la guerra en Ucrania porque no dependían tanto del gas ruso. A medio y largo plazo es una apuesta que da resultados.
Demostrar que se puede ganar dinero transitando hacia una economía menos contaminante ¿es la única opción para convencer a los más reticentes?
—Esa es la mejor, desde luego, pero también hay señales regulatorias. En Ginebra, donde vivo, tendremos que cambiar las calderas de gas de los edificios por una de calor. Los inversores miran qué empresas se están adaptando a las regulaciones que se van tomando. Si no lo haces, tu competidor lo hará. Y si no quieren perder frente a sus competidores, te vas adaptando. El cliente, el inversor, el regulador y su empleado empujan hacia la transición energética.
¿Ve viable seguir con un modelo turístico como el actual? ¿Habría que dejar de volar tanto?
—No se puede ir a contracorriente, pero sí se puede cambiar la corriente. Es una cuestión a nivel local que requiere diversificar los ingresos y si se es muy dependiente del turismo, ante un futuro en el que las cosas se pueden complicar mucho por la crisis climática, con una restricción del transporte, el sector se puede venir abajo. Hay que fomentar el turismo de proximidad y no concentrar toda la llegada de turistas en un mismo periodo del año. En el sector hotelero se están haciendo grandes avances y se puede hacer mucho más. En el sector aéreo, cuando se han visto problemas, se encuentran soluciones para reducir mucho las emisiones. De los biocombustibles se espera que aumente su desarrollo y permitan viajar. Hay otros desarrollos similares y habrá una mejora tecnológica importante.
Habla de poner fecha de caducidad a los combustibles fósiles, pero quedan muchas reservas. ¿Ve a las empresas renunciando a esos suculentos beneficios?
—Lanzamos la campaña Fossil to Clean para poner fecha de caducidad y que las empresas dejen de demandar combustibles fósiles. Si no hay demanda, darán igual las reservas que queden. Es el punto desde donde actuamos. Los gobiernos también pueden decir que no se use gas en casa, como pasa en Ginebra. Los gobiernos deben obligar a hacer cambios, como también pasó con las bombillas LED; ya no recordamos las que usábamos. Una empresa que consume fósiles produce emisiones que tienen un impacto en la salud de la gente y el planeta. Además, esos recursos se extraen en países geopolíticamente complicados, mientras las renovables están disponibles en nuestra propia casa.
«O se hace una intervención regulatoria para acelerar las transiciones o la temperatura aumentará muchísimo y solo bajará cuando a finales de siglo se desarrollen tecnologías que lo permitan», dijo. ¿Esto último no le parece tecnoptimista?
—El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático dice claramente que debemos limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados a finales de siglo porque somos conscientes que ahora estamos a 1,45 grados. Superamos ese objetivo en los próximos 24 meses y las temperaturas seguirán aumentando. Al final, es complicado, pero hay que hacer tres cosas: reducir emisiones, restaurar ecosistemas naturales y potenciar tecnologías que capturen CO2, desde un árbol a máquinas que lo absorben y lo almacenan. Muchas de estas tecnologías a mediados de siglo se habrán desarrollado y serán más competitivas. No está en el debate público, pero con un aumento de 1,6 grados los impactos serán muy grandes: habrá grandes migraciones, sequías y gente que morirá por fenómenos adversos. Eso creará una alarma social que puede obligar a los gobiernos a invertir mucho más en estas tecnologías. Lo lógico sería hacerlo antes de llegar a ese punto, pero creo ese día llegará.