Antonio Andrades sabía, o al menos intuía, que sus horas estaban
contadas. El día antes del crimen, entre las nueve y las diez de la
mañana, se cruzó con su coche con una dotación de la Policía Local
de Calvià y, ensangrentado, le hizo señales para que se detuviera.
En un estado de gran alteración les pidió ayuda porque «me van a
matar» y a continuación, en una actitud que extrañó a los
funcionarios, arrancó su vehículo y continuó con la marcha. Aludió
a diez kilos de cocaína y los policías trataron de seguirlo para
conocer exactamente su situación, pero un coche se atravesó en su
camino y perdieron de vista al Seat Ibiza de alquiler.
Otro detalle que llamó la atención de los funcionarios, según ha
podido saber este periódico, es que el joven malagueño llevaba el
rostro marcado, con golpes y lesiones que evidenciaban que había
sido agredido. La Guardia Civil interpreta esta circunstancia como
un «aviso» o una última oportunidad de los matones hacia la
víctima. Pero lo que está claro es que Antonio estaba desesperado.
Ese mismo día, a una hora que no ha sido precisada, se puso en
contacto telefónico con la centralita del 091 (el Cuerpo Nacional
de Policía de Palma) pero no llegó a desvelar ningún detalle, sólo
quería hablar con el Grupo de Estupefacientes.
Sin embargo, los investigadores están extrañados porque en
ninguna de las ocasiones en que contactó con la policía el joven
decidió presentarse en la Comisaría, donde podría haber explicado
más detenidamente quién le hostigaba y los motivos del acoso. La
hipótesis principal que baraja la Policía Judicial de la Guardia
Civil, que ayer investigaba en pleno el caso, es que la muerte
violenta de Costa den Blanes guarda relación con un turbio asunto
de drogas.
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