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El saldo de muertos por el terremoto que azotó a Turquía llegó ayer a casi 3.500 y 16.000 heridos, mientras cientos de personas escarbaban los escombros con sus propias manos en busca de supervivientes. Equipos de salvamentos turcos e internacionales, con la ayuda de perros adiestrados, seguían removiendo los restos de edificios. «No hay nada que hacer por ellos», comentaba uno de los obreros que trataba de levantar trozos de una pared en un intento por rescatar a ocho personas enterradas. «íAlá! ¿Donde están? ¿Donde están?», gritaba.

Un grupo de hombres se mostraban desesperados con las manos en la cabeza, llorando a la vista de las fotos de familiares y amigos, así como de objetos personales que les recordaban a sus seres queridos. Escenas como estas en Golcuk se repetían en muchos lugares de Turquia.

La costumbre, muy extendida en Turquía, de construir sin permiso o sin tomar en cuenta las normas de seguridad es una de las causas de que la mortandad haya sido tan grande en el terremoto de ayer.

Y por si la tragedia no fuera suficiente, ayer seguía sin control el incendio que afecta a siete de los 30 depósitos de combustible de la refinería petrolera Tupras, en Izmit. «Es la mayor amenaza en estos momentos», dijo el primer ministro turco, Bulent Ecevit, que teme una catástrofe adicional a la causada por el propio terremoto. Además de los tanques de combustible, en la refinería hay también depósitos de gas y un polvorín del Ejército y varias fábricas químicas, entre ellas una de fertilizantes con 8.000 toneladas de amoniaco, por lo que de extenderse el fuego las consecuencias podrían ser igual de dramáticas que el seísmo.