"«¿Sabe si hace falta algún camarero en prácticas?; es que busco
trabajo».
El empleado del restaurante Ca'n Pedro de Valldemossa no podía ni
imaginarse el miércoles por la noche que el muchacho que le hacía
aquella pregunta era uno de los dos jóvenes «proscritos» que horas
antes habían asaltado la casa de la Beateta, provocando la
indignación popular.
Juan Manuel, de 17 años, y su hermano José Antonio, de 16,
llegaron ese día por la mañana a Valldemossa y dejaron el Ford
Orion que habían robado en Illetes aparcado frente a la avenida de
los bares, a la entrada del pueblo. Los dos zagales, que ya habían
protagonizado incidentes con la policía, iban acompañados de una
mujer de 46 años, Rosa María del Carmen M.V., que presumiblemente
les indujo a cometer aquella tropelía. El grupo se dirigió a pie
hasta la calle Rectoría y uno de los hermanos y la fémina entraron
en la capilla de sa beateta.
Evidentemente no querían orar y, sin demora, se pusieron manos a
la obra. El muchacho se dirigió al pequeño altar y comenzó a forzar
el cepillo de limosnas, un robusto mueble de madera de un metro de
altura. Ya habían conseguido vaciar la urna cuando, de improviso,
una vecina abrió las puertas de la capilla. Había pasado por
delante de la venerada beateta y se extrañó de que el portón
estuviera cerrado. Se trata de un templo de reducidas dimensiones
que desde primera hora de la mañana tiene las puertas abiertas al
público, y que es visitado por docenas de turistas y
feligreses.
Aina Maria, la vecina, se encontró con el muchacho bajo el altar
y con la mujer sentada en uno de los bancos laterales, en actitud
más que sospechosa:
-«¿Qué hacéis?», les espetó.
-«Rezamos», contestó el ladrón, entre sorprendido e irónico.
Aina Maria, intuyendo lo que pasaba, les gritó que salieran del
templo y la pareja inició una huida alocada, a la que se unió el
tercer implicado. Arrollaron cincuenta metros a Juan, un policía
local, y «perdieron» por el camino a Rosa María del Carmen, que fue
detenida. Luego, se estrellaron con el coche robado y huyeron
montaña a través. Los vecinos de Valldemossa apuntaban ayer,
convencidos, el motivo que llevó a algunos de ellos a participar en
la batida popular: «Enseguida se corrió la voz de que habían
entrado en la casa de la beateta y fue algo que nos indignó; luego
también supimos que habían arrastrado a un policía municipal y hubo
mucha gente que se ofuscó», contó Joan, un residente de mediana
edad.
«Que roben en la capilla de nuestra beateta ya es el colmo; ya
no respetan nada», opinaron dos vecinas de la calle Rectoría que
vivieron de cerca el incidente. La persecución duró más de una hora
y participó Guardia Civil, Policía Local y una veintena de vecinos.
Al caer la noche el dispositivo, discretamente, siguió en marcha y
una llamada telefónica al taxista de la localidad puso en alerta al
agente Antonio López, que esa noche estaba de guardia. Dos jóvenes
que dijeron haber perdido el autobús se presentaron en el
restaurante Can Pedro, exhaustos y sedientos.
Uno de ellos portaba una mochila y se bebieron un litro de agua
y tres refrescos, además de «devorar» algunas bolsas de patatillas.
El funcionario municipal se acercó con disimulo al negocio y
comprobó que la descripción coincidía con la de los sospechosos
huidos. Salió al exterior y avisó a sus compañeros y a la Guardia
Civil. Juan Manuel y José Antonio lo detectaron y pasaron veinte
minutos en el baño. Al final, ya sin salida, salieron a la calle y
fueron detenidos. Eran las ocho y media de la tarde y no ofrecieron
resistencia.
En la mochila se encontraron tres kilos en monedas del cepillo,
un cuchillo y un destornillador. «El asunto estaba demasiado claro
para que cupiera alguna duda», sentenció el policía López, uno de
los «veteranos» de la localidad. «El problema -apuntó uno de los
testigos de la detenciónfue que cualquier vecino que los viera por
el pueblo podía denunciarlos. No sólo era una cuestión policial;
habían ofendido a la Beateta y eso no se puede permitir».
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