Muchas de esas personas han comenzado a regresar a sus
domicilios, donde en ocasiones falta algún miembro de la familia,
perdido en la confusión causada por las explosiones que destruyeron
gran parte de las instalaciones militares de Ikeja, área industrial
del noroeste de la ciudad. Quienes fueron evacuadas o huyeron de
sus hogares por temor a que los estallidos de las bombas y los
misiles almacenados en el cuartel pudieran alcanzar zonas
residenciales culpan ahora al estamento militar de la catástrofe,
al tiempo que han empezado a pedir compensaciones económicas por
los daños sufridos. Aunque el primero en culpar de «negligentes» a
los militares fue el propio gobernador de Lagos, Ahmed Tinubu, el
Gobierno federal nigeriano, bajo presión para deslindar
responsabilidades, ha estado repitiendo que «el incendio fue
accidental».
Tinubu, quien puntualizó que la mayoría de los muertos son
niños, dijo a los periodistas que «las Fuerzas Armadas son
responsables porque deberían retirar de Lagos el depósito de
municiones». «Estas armas y bombas deberían estar lejos de los
residentes», señaló el funcionario nigeriano, quien se lamentó
también de que la ciudad no tenga un sistema de alerta inmediata en
caso de catástrofes. Las dos cámaras del parlamento nigeriano han
establecido sendas comisiones investigadoras, que convocarán al
ministro de Defensa para que explique el grado de responsabilidad
del Ejército en el desastre de Ikeja.
Pese a las acusaciones contra los militares, portavoces de la
Policía informaron de que el incendio en el arsenal, a cuyo
alrededor hay suburbios de trabajadores y barrios de chabolas,
comenzó en un mercado callejero, se propagó a una gasolinera
cercana y luego a las instalaciones militares. El presidente
nigeriano, Olusegun Obasanjo, quien calmó a la población
desmintiendo por televisión los rumores de que las explosiones se
debían a un golpe militar contra su gobierno, decretó que ayer
fuera «día de duelo nacional», en el que las banderas fueron izadas
a media asta en todos los edificios públicos.
Iglesias y mezquitas celebraron, por su parte, oficios
religiosos para honrar a las víctimas en los mayores centros
urbanos del país. Fuentes diplomáticas señalaron que no será fácil
desvelar la incertidumbre acerca del verdadero número de
fallecidos, con periódicos locales que citan a testigos
presenciales y cuya versión contradice los cálculos oficiales, que
cifraron en unas 600 las víctimas mortales del desastre. Según el
Gobierno, alrededor de 580 personas perecieron ahogadas al
arrojarse a un canal cuando intentaban huir de las explosiones
causadas por el incendio, mientras que una veintena habrían muerto
calcinadas en el siniestro. Tras dar a conocer la estimación
oficial, las autoridades precisaron que cualquier otra cifra
publicada por la prensa era «pura especulación» y «no corresponde a
la realidad», aunque en Nigeria todos creen que la tragedia es
mayor que lo que dicen las cifras oficiales.
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