Riquelme, policía nacional y ex secretario regional del SUP, ayer en su finca de Ruberts. Foto: JAVIER JIMÉNEZ

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Pablo Riquelme se siente doblemente víctima. El pasado viernes descubrió los cadáveres de su compañera sentimental y las dos hijas de ella, asesinadas a tiros en un piso de Palma, y a continuación fue detenido por el Grupo de Homicidios como sospechoso de lo que aparentaba ser un triple crimen. El sábado este funcionario del Cuerpo Nacional de Policía, que fue secretario regional del sindicato SUP, salió en libertad sin cargos, tras comprobarse su coartada. Ayer, en su finca de Ruberts (Sencelles), Riquelme recibió a Ultima Hora y ya más descansado tras dos días de pesadilla contó cómo era su relación con Ligia García Damirán, su novia, y con Samantha y Carolina, las dos menores.

-Usted ha pasado 35 años en el Cuerpo Nacional de Policía y ha vivido situaciones extremas. ¿Cómo ha afrontado la tragedia que ha golpeado a su familia?


-Ha sido durísimo. Cuando estuve destinado en el País Vasco, en los años setenta, vi morir a compañeros. Sin embargo, nadie está preparado para vivir lo que yo he vivido estos días. Ha sido demasiado fuerte y todavía lo estoy asimilando, con mucha dificultad.

-¿Cuándo conoció a su compañera sentimental?
-Fue en Alicante, en el año 2002. Fue de forma casual. Yo estaba separado desde hacía algunos meses y Ligia también. Sus dos hijas se hicieron amigas de las mías y entablamos una amistad. Nos enamoramos y empezamos a vivir juntos.

-¿A qué se dedicaba Ligia?
-Era delegada de ventas de una empresa, y realmente era una mujer muy brillante. Inteligente. Y también una madre adorable. Con sus hijas era una leona, las protegía al máximo. Nunca pude imaginar que iba a pasar lo que ha pasado. Era impensable.

-¿Su compañera había sufrido malos tratos en su anterior matrimonio?

-Sí, y los denunció. Por eso se separó. Había quedado muy tocada de aquella experiencia, lo pasó realmente mal. La verdad es que los dos éramos muy parecidos de carácter y por eso congeniamos desde el principio.

-¿Qué hizo la noche anterior al descubrimiento de los tres cadáveres?

-El día 4 habían llegado mis dos hijas, de un matrimonio anterior, y el jueves cerré mi negocio de autolavado de coches a las seis y media de la tarde. Me despedí de Ligia, sin saber que sería la última vez que la iba a ver con vida. Me fui con mis hijas a la finca de Ruberts, cenamos y vimos la tele, hasta las doce de la noche aproximadamente.

-Se ha dicho que ese día discutió con Ligia
-No nos peleamos. Sólo que teníamos distintos puntos de vista sobre algunos aspectos. Ella pensaba que yo exigía mucho a sus dos hijas y menos a las mías, nada más que eso. En realidad, ése era el único tema de discrepancia que teníamos.

-¿Qué pasó el viernes?
-Bajamos a Palma a eso de las diez menos cuarto de la mañana. Me quedé trabajando en el lavacoches, sin sospechar nada. No fui al piso de la calle Morlà que habíamos comprado porque pensé que Ligia estaría trabajando. Trabajé hasta las 13.00 horas y luego me fui a comer con mis dos hijas al restaurante Sa Tronera, de unos platos combinados. Me gusta el café que hacen en el bar Miramar y después de comer fui a ese establecimiento, serían las dos de la tarde. Las niñas se quedaron en el lavacoches. Nuestro piso está muy cerca de ese bar, así que al salir a la calle reparé en que las persianas estaban cerradas, y me extrañó.

-¿Qué hizo entonces?
-Fui al taller y cogí un juego de llaves que tenía allí. Me dirigí al piso y cuando metí la llave me di cuenta de que la cerradura tenía dos vueltas por dentro. Abrí y en el distribuidor estaban las luces encendidas. Me asomé a los dos cuartos de Carolina y Samantha y las vi sobre la cama, parecía que dormían. Estaba en penumbra y yo no veo muy bien de cerca, así que les dije: «¿Qué horas son estas de dormir?». Ninguna de las dos me contestó. Me acerqué a la pequeña y le coloqué una pierna, porque pensé que estaba muy incómoda. Aún no me imaginaba nada, pero al tocarla vi que estaba muy fría y rígida.

-¿Supo que habían sido tiroteadas?
-No. No había mucha luz y no vi la sangre. Pero tomé conciencia de que estaban muertas, las dos. Fui corriendo a nuestro cuarto de matrimonio y me encontré a Ligia también sobre la cama, muerta. No pensé nada. Salí rápidamente y llamé por teléfono a Lino, un compañero del cuerpo. Le dije que las tres estaban muertas y vino enseguida. Él llamó al Grupo de Homicidios.

-¿Entendió su detención?
-Era de cajón. Mi detención fue de manual, de libro, y no puedo culpar a mis compañeros porque hicieron su trabajo con gran profesionalidad. Yo había descubierto los cuerpos y además el arma era mía. Por tanto, hicieron lo que tenían que hacer. Pero la verdad es que fue un segundo mazazo. De repente me vi en los calabozos, sabiendo que era inocente. Eso es muy duro, me sentí doblemente víctima.

-¿Cree que su condición de policía le ha ayudado o le ha perjudicado?
-Lo que sé es que no ha habido favoritismos conmigo, ni tampoco lo habría permitido. Entiendo el comportamiento de mis compañeros, que trabajaron muchísimo para esclarecer cuanto antes lo que había ocurrido.

-¿Cómo era su relación con Samantha y Carolina?
-Éramos una familia. Las dos me adoraban, sobre todo Carolina. Era su héroe. Para Ligia, la madre, la educación de las dos pequeñas era lo más importante. No les dejaba ver televisión basura y estaba muy pendiente de ellas. No teníamos problemas económicos y nos ayudábamos mutuamente. A las niñas no les iba a faltar de nada.

-¿Su compañera era depresiva?
-Vamos a ver, yo creo que hay dos tipos de depresivos: el que se ve claramente que está deprimido, y no se esconde, y la persona que tiene bajones.


-¿Qué cree que le pasó a Ligia?
-No sé, imagino que debió pensar que no podía seguir adelante y que era mejor quitar de en medio a las dos niñas, para que no se quedaran en este mundo tan deshumanizado que entre todos estamos creando...

-¿Cómo consiguió ella la pistola?
-No era mi arma reglamentaria de cuando estaba en activo, sino otra particular. La tenía en el lavacoches, en un altillo donde tengo un ordenador y otras cosas. Aun así, tampoco estaba a la vista, sino que estaba oculta dentro de unos archivadores. En definitiva, tenías que saber que estaba allí para verla. Nunca me ha gustado tener armas en casa, y por eso la dejaba en el taller. Ella tenía una llave y se ve que fue y la cogió, sin que yo tuviera tiempo de darme cuenta.


-¿Se ha sentido apoyado por sus allegados y amigos, o tras su detención le dieron la espalda?
-La verdad es que me he dado cuenta de que tengo muchos amigos. Lógicamente los que me conocen sabían que no las podía haber matado yo. Sin embargo, no quiero decir con esto que la culpa de todo la tengan mis compañeros, que me detuvieron. Repito que ellos actuaron con exquisita profesionalidad y no se lo echo en cara.