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Las ayudas han de llegar a feliz término, de lo contrario, pasa lo que pasa. Que los necesitados se quedan sin mucho de lo que desde cualquier parte del mundo les envían. Es lo mismo que para ir de cooperante a cualquier lugar, como a uno le falle el enlace, malo también, pues seguro que se queda colgado... A no ser que, como Voluntarios Sin Fronteras de Baleares, se busquen la vida y terminen cooperando. Pero vayamos por partes. De regreso a Panajachel desde la sede del gobernador de Solalá, la zona más afectada por el «Stan», escuchamos a través de la radio la denuncia sobre determinados gobernadores y alcaldes -el que nos ha recibido no es- que reparten la ayuda recibida a sus adláteres, dejando de lado a muchos damnificados.

El dato lo pudimos constatar hora y media después cuando, tras cruzar medio lago Atitlan, atracamos en el pequeño muelle de madera de la localidad de San Marcos de la Laguna, donde hasta la llegada del ciclón sus gentes vivían de los servicios (hostelería y restauración) y de algo de agricultura, mientras que tras él, gran parte de la población -que contabilizó solo una baja, un agricultor- se ha quedado prácticamente sin nada, a lo que hay que sumar que las calles y plazas se han llenado de piedras y barro, que ahora, tras haberse resecado, ha formado una corteza de medio metro de espesor, por lo cual se ha tenido que rebajar el nivel frente a puertas y ventanas a fin de poder entrar en las casas y comercios. Hay que decir, por otra parte, que la cancha deportiva y el parque infantil de la localidad prácticamente han desaparecido, y que aún hoy, quince días después de que «Stan» arrasara con todo, se sigue sacando barro de las casas y de la iglesia católica, y que el coche sigue en el cauce del río, en el que las mujeres lavan la ropa mientras los chiquillos corretean sobre las piedras.