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La pista de aterrizaje era la carretera de Can Picafort a Santa Margalida. El piloto, un conductor ebrio que circulaba a una velocidad temeraria. Y el hangar improvisado una casa de campo que afortunadamente estaba deshabitada.

El estado en el que quedó la caseta evidencia la furia de la colisión. La hora en la que se produjo el accidente no ha podido ser determinada, pero cuando fue descubierto el conductor ya llevaba unas horas atrapado bajo paredes y tejas. A las cinco y cuarto de la madrugada de ayer una patrulla de la Guardia Civil que estaba acabando el servicio nocturno pasó por aquel tramo, a 4 kilómetros de la salida de Can Picafort, cerca de un conocido agroturismo. De repente, los agentes repararon en un detalle sorprendente: parte de una vivienda había sido pulverizada por un coche que seguía empotrado, con las luces encendidas. Atravesaron los cincuenta metros de terreno entre la carretera y la casa y comprobaron que en el interior del coche se movía una mano. Era el conductor, que pedía ayuda. No podía salir porque las puertas estaban bloquedas y fue rápidamente auxiliado. Con dificultad explicó que no era él quién conducía y dio muestras de encontrarse beodo. Su versión del accidente no era muy creíble, pero los agentes se vieron en la obligación de buscar al supuesto segundo ocupante. En total, participaron en el operativo cuatro dotaciones de la Benemérita y el personal de una ambulancia del 061 que acudió para atender al herido. Durante media hora, provistos de linternas, 'peinaron' un área de 200 metros a la redonda. Inspeccionaron también la caseta, que estaba deshabitada, y no hallaron ni rastro del misterioso desaparecido. Así pues, llegaron a la conclusión de que era el joven del coche quién lo conducía y de que se había inventado la historia para evitar ser detenido. De la inspección en la carretera se deduce que perdió el control, quizás tras dormirse al volante, y luego atravesó el sembrado a dos ruedas. El destino final fue la caseta. Vuelo cancelado.