«Yo solo sé que me caían los muertos encima y tenía las piernas
agarrotadas, no paraba de gritar y nadie me oía, hasta que vino un
soldado y me sacó de aquel montón de cadáveres», relató un
peregrino. A su lado, camiones frigoríficos cargaban sin cesar
cadáveres cubiertos con sábanas blancas, mientras que otros
camiones recogían los cientos de equipajes perdidos. A juzgar por
las nacionalidades de los heridos, entre los muertos puede haber
pakistaníes, indios, argelinos, egipcios, turcos, sudaneses y
palestinos.
Según el ministro saudí de Sanidad, Hamid ben Abdallah al Manei,
la razón de la estampida fue el intento de recuperar sus equipajes,
caídos al suelo, por parte de numerosos peregrinos que, desoyendo
la prohibición, se acercaban cargados para cumplir con el ritual
conocido como «la lapidación de las tres columnas de Satán».
Eran las 12.45 en La Meca, justo tras la plegaria del mediodía,
y la mayoría de los dos millones y medio de peregrinos que
abarrotaban el lugar pretendían cumplir entre el mediodía y el
ocaso del sol -como manda la tradición- con el apedreamiento de los
tres «Yamarat», las tres columnas que representan a Satán. A la
entrada del puente que las autoridades saudíes habilitaron hace
años para doblar la superficie desde la que se puede apedrear las
tres columnas se produjo una gran aglomeración.
Algunos equipajes cayeron al suelo y los peregrinos, al detener
su marcha para recogerlos, hicieron tropezarse a los que venían
detrás, y estos a los siguientes, convirtiendo el puente en una
trampa mortal.
En el año 2004, otro accidente en el mismo lugar causó la muerte
de otros 244 peregrinos, en este caso porque el puente no resistió
el peso de la multitud.
El ritual del apedreamiento es un absoluto caos. Miles de
peregrinos entran hacia las columnas por el mismo sitio por donde
otras salen; todas se chocan entre sí; las personas se agarran con
fuerza unas a otras para no perderse entre la muchedumbre, formando
grupos compactos que arrollan a quien se ponga por delante.
Mientras los equipos de rescate contaban cadáveres, miles de
peregrinos, ajenos a lo sucedido, seguían subiendo el puente con
sus bultos y las piedrecillas en la mano, resueltos a cumplir con
el rito.
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