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EMILIO LÓPEZ VERDÚ En algunos puntos, el suelo de la calle Poima está repleto de unos pequeños pedazos de uralita puntiagudos. Están mezclados con aislante amarillo y se hunden entre varios dedos de un agua marrón. Caminando sobre este pastiche, multitud de obreros y empresarios de Can Valero emplearon toda la noche del jueves y parte de la mañana de ayer. Acarreaban cajas con ordenadores, documentación y cualquier objeto de valor que la tormenta no hubiese arrasado la tarde anterior. En algún descanso, los responsables se enganchaban a los móviles para hablar con la compañía aseguradora, el ayuntamiento o los bomberos.

Y todos ellos intentaban asimilar el desastre, después de una noche devastadora. Jon Winstanley
Modest Yacht Company
«Hemos tardado 10 años en levantar la empresa y en 15 segundos, nada. Yo estaba dentro y fue como si estallase una bomba. Los trozos de uralita se clavaron en las paredes como cuchillos», afirmaba Jon en el callejón que da acceso a su empresa. Junto a él, unos 20 empleados de la compañía permanecían a la espera de la llegada de los bomberos, vestidos con la camiseta roja de la firma. «Dentro tenemos seis furgonetas y máquinas de más de mil kilos que cayeron al suelo en un momento, como si nada. Incluso hay una que sólo hemos llegado a utilizar una vez, para probarla. Pero no podemos pasar porque es peligroso. Además, la uralita tiene amianto, y sólo una empresa especializada lo puede retirar. ¿Pero quién pagará todo eso?», comentaba Jon.

Iván Meléndez
Rayma
«Lo que podamos salvar, lo salvaremos, pero si llueve esta noche estamos arreglados». Iván colaboraba con varios empleados guardando en cajas de cartón todos los archivos y patentes almacenados en los escritorios. «Los policías locales estaban desbordados y nos dijeron: cada uno que cuide lo suyo. Y ya está. Tuvimos que contratar a dos vigilantes de seguridad para evitar robos y nos llevamos todos los ordenadores», comenta. En la empresa ignoran por el momento a cuánto ascienden los daños ocasionados, aunque las oficinas estaban arrasadas. Sólo en mercancía circulante manejamos 250.000 euros», afirmaba Iván.

Pedro García
Nipoclima
«Allí, debajo de los escombros, hay un Seat 600 de mi padre. Una joya. Lo trasladamos aquí porque pensamos que no había lugar más seguro». El interior de la nave de esta empresa de aire acondicionado era ayer una montaña de desechos entre la que se paseaba Pedro, fatigado por el esfuerzo de retirar planchas de metal. «Me llamaron por teléfono para decirme que pasaba algo en la empresa. Al girar la esquina vi que la puerta de hierro no estaba, y entonces supe que había ocurrido un desastre. Por ahora, la compañía de seguros nos dice que no nos pagará los daños porque es catástrofe natural. Ya veremos», concluye.

Martín Carrizo
Pratum
«Se puso negro, como si fueran las diez de la noche. Decidimos cerrar, pero cuando echábamos el último cerrojo el viento se la llevó por delante como si fuera una hoja de papel», afirmaba este empleado de una fábrica de carpintería de aluminio. «Tenía mi coche aparcado con el freno de mano y con la primera marcha, pero se movió 15 metros hasta quedar empotrado contra una pared. Ahora nos toca empezar otra vez, no hay más remedio», sentencia Martín.