Los equipos de emergencia buscaron ayer al hijo desaparecido de la dueña de la casa. Foto: MIGUEL ÁNGEL BORRÁS

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JAVIER JIMÉNEZ La hija de la dueña de la casa fue la que dio la voz de alarma, a las diez de la mañana del lunes. Contactó con la Policía Local de Palma y contó que su madre no abría la puerta, aunque estaba en la casa porque la oía pedir auxilio. Una patrulla acudió a esa dirección y, en efecto, los agentes escucharon lamentos procedentes del interior. Nadie abría la puerta y a través de una ventana los funcionarios consiguieron entrar. Ya dentro, la cocina estaba fuertemente cerrada con candados y cadenas y no pudieron llegar a la sala. Forzaron otros tres accesos más, y siempre se encontraron con el mismo obstáculo: puertas atrancadas y maderos asegurados, como si de un 'búnker' se tratara. Al final, consiguieron llegar a la sala y se encontraron con la octogenaria sentada en el sofá, aparentemente tranquila. Existía preocupación por su estado de salud y una ambulancia se la llevó a un centro hospitalario. De su hijo, que vivía con ella, no se encontró en cambio ni rastro. todas las habitaciones fueron registradas, menos una que estaba bloqueada por toneladas de porquería.

Ayer, el juzgado autorizó que bomberos, policías y Emaya regresaran a la casa y buscaran a Miguel, el desaparecido, en aquel cuarto atrancado. En aquella estancia tampoco apareció y por la tarde los investigadores seguían realizando gestiones para aclarar su paradero.

Los vecinos, por su parte, no salían de su asombro: «Sabíamos que había mucha basura porque hay ratas por todas partes, pero la casa era un gran estercolero. Es increíble que pudieran vivir en esas condiciones».