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Rudolf Messerer levantaba la voz con frecuencia a su mujer. Varios testigos, vecinos de Cala Murada, afirmaron ayer en el juicio por asesinato contra el ciudadano alemán que oían a menudo discusiones en la casa de la pareja. Todos coincidieron en que era el acusado el que gritaba a su mujer.

Además de los vecinos, testificaron en la segunda sesión del juicio los policías nacionales que investigaron la muerte de Katherina Büchler. Éstos contaron cómo la actitud del acusado fue extraña a lo largo de toda la investigación. Así, justo después de los hechos fingió desmayos y dio varias versiones contradictorias sobre los hechos. Su primera versión fue que un ladrón había entrado en la casa. Sin embargo, la policía encontró la funda del arma y varias fotografías del acusado con la carabina. Los agentes le detuvieron y Messerer confesó que él fue el autor del disparo, aunque de forma accidental y señaló dónde había escondido la escopeta: detrás de un rodapié de la cocina que selló con silicona. El procesado sostiene que accionó el gatillo cuando limpiaba el arma, de pie y a la altura de la cintura. Varias pruebas aportadas por los peritos ponen en cuestión esta versión. Así, los policías nacionales que examinaron el arma afirmaron que no encontraron restos de grasa procedentes de una limpieza y que su estado era «normal, no estaba muy limpia ni muy sucia». Además, la trayectoria de la bala implica que el disparo se realizó a una altura superior a la que estaba la víctima. La bala entró a la altura del pectoral izquierdo y, tras atravesar los dos pulmones y el corazón de la mujer salió por un costado, en trayectoria descendente. La víctima estaba agachada y ponía una lavadora cuando se produjo el disparo. La munición que Messerer empleaba está prohibida en España ya que es excesivamente blanda y se deforma, con lo que provoca más daños que la convencional.