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Maquillado por fuera, podrido por dentro, el número 19 de la calle Rodríguez Arias no llamaba la atención por nada en especial. Era un bloque más en la maraña de Camp de Serralta. Le habían pintado recientemente la fachada de amarillo, pero algunas grietas inquietantes revelaban la edad de la finca, construida en 1959. Y sobre todo su estado, agonizante.

Poco antes de la medianoche del domingo 25 al lunes 26 la actividad en las tres plantas del edificio era la habitual a esas horas: los vecinos dormían o descansaban en la sala. Ninguno sabía que un matrimonio acababa de morir en un incendio declarado en su casa de El Molinar, cuando celebraban el cumpleaños de él. Un negro augurio para una jornada de infausto recuerdo. «Estábamos muy afectados por lo del incendio de la calle Cuba y cuando aún no nos habíamos recuperado nos avisan del desastre en Rodríguez Arias», cuenta Juan, un bombero de Palma.

La emisora del 092 rompe el silencio de la noche: «Se ha caído un edificio de seis plantas, la prioridad es comprobar si está habitado». Se equivocaban en las alturas -en realidad eran tres más una planta baja-, pero no en las sospechas de que estaba habitado.

En la primera altura vive una familia colombiana. Paulo Andrés Valencia Correa -alias El Buitre-, que cumplía 31 años este mes, había regresado a casa antes de lo normal. Al día siguiente, que nunca vería, lo operaban de una pierna y quería estar descansado. Era muy popular en el barrio y arrastraba una historia negra: había huido de los 'narcos' colombianos, que le habían desfigurado a machetazos.

Su madre, María Inírida Correa -conocida por todos como Mónica- lo trajo a Mallorca diez años atrás. También huía de su país. Tenía 54 años y cuidaba a ancianos. Esa noche había esperado a su hijo, sin saber que les quedaba muy poco de estar juntos. El tercer inquilino de la primera planta era el yerno, Óscar Adolfo Ortiz Zapata. Su mujer, Paola Valencia, salvó la vida por una milagrosa pelea conyugal. A Luis Alfonso Arias, compañero de María Inírida, fue una partida de parchís con sus amigos la que le salvó la vida.

En la segunda planta vivían Jaume Perelló, de 54 años, y su esposa Margalida Nebot. Eran dueños del piso desde hacía muchos años -»más de 20», recuerdan sus amigos- y allí habían criado a sus dos hijas. La mayor, de 18, estudiaba en Barcelona, pero la pequeña, Miquela, de 15, se encontraba trágicamente con ellos esa noche. Jaume era el recepcionista de toda la vida en el Hotel Palladium, en el Paseo Mallorca, donde era muy apreciado por su carácter afable. Su hija menor era un verdadero fenómeno como estudiante. Cursaba en el instituto Ramón Llull, no muy lejos de su casa, y era una promesa por su inteligencia.

La tercera altura había sido alquilada a un simpático matrimonio de jubilados alemanes. Ube y Wieke Stomber había llegado a la Isla hacía unos años, para disfrutar de una vejez tranquila. Él era muy aficionado al fútbol, que veía en los bares de la barriada, y ella -natural de Kiel- se defendía mejor con el castellano. Ambos se habían integrado perfectamente en Camp de Serralta y habían hecho ya buenos amigos.

El último protagonista es Francisco Páez, un jubilado de Ciudad Real que esa noche dormía en su cama, en la planta baja colindante con el edificio.
Un estruendo, de repente, estremece la barriada. Le sigue una humareda de polvo que cubre cuatro manzanas a la redonda. «Parecía a escala lo de las Torres Gemelas», rememora Toni, un vecino al que el derrumbe pilló volviendo a casa, junto a la calle Alós. Los mismos bomberos que acababan de sacar los dos cadáveres de El Molinar son los primeros en llegar: no dan crédito al panorama. El bloque se ha hundido. Los vecinos que estaban en sus cuartos o en la sala están enterrado y sólo Margalida, que se encontraba en la cocina, es sacada con vida de entre las ruinas. Paulo Andrés; su madre Inírida; Óscar Adolfo Ortiz; Jaume Perelló, su hija Miquela; Ube y su mujer Wieke han fallecido aplastados. El vecino del bloque, Francisco Páez, también se salva milagrosamente por una viga que lo aplastado sólo un poco y le protege de los cascotes.

En segundos, tres familias han quedado destrozadas para siempre. Sepultadas bajo toneladas de escombros. Pablo Andrés ya no se operará de la pierna ni Miquela concluirá brillantemente sus estudios. Tres altura de un edificio enfermo han engullido sus ilusiones. Y las de otras cinco persona.