«Virgilio llevaba unos diez días con nosotros, había alquilado una habitación con un amigo. El miércoles, a las ocho de la tarde, llegó con tres guardias civiles y nos dijo que estaba detenido por un asunto relacionado con la agresión de su hermano a una mujer», explicó. A continuación, los agentes registraron la habitación del joven rumano, que tenía 22 años, y encontraron algunos efectos que buscaban. Ya en la sala, con Gladis como testigo, Virgil intentó una desesperada huida. Corrió hacia la cocina, de ahí pasó a una terracita y se tiró sobre la planta baja, donde una vecina le sorprendió.
Era Emma Barrena, que esgrimió un palo para ahuyentarlo. El fugitivo salió de su casa ágilmente y pasó por los patios de otras viviendas, entre ellas la de Antonia Cantallops. Ambas señoras coincidían ayer que «todo ocurrió muy rápido y él, a pesar de ir esposado, se movía muy rápido». Gladis, por su parte, añadió que mientras huía de su casa los guardias civiles comenzaron a gritar «deténgase». Luego pidieron una escalera para deslizarse al piso inferior y comenzaron la persecución.
Otros vecinos, como contó ayer Luis, comenzaron a gritar «Hay un ladrón» y en poco tiempo toda la finca supo de la huida. «¿Cómo podía ser un ladrón si iba esposado?», se preguntaba ayer por la mañana este último vecino. Sea como fuere, Virgil consiguió llegar a un edificio próximo, en la calle Llorenç Rober. Desde allí escaló por las tuberías adosadas a la fachada trasera, subió hasta un noveno y trató de volver a bajar. La policía, que se había sumado a la persecución, ya lo tenía acorralado y el joven cayó desde esa altura y falleció casi en el acto. Ayer, el vecindario todavía no daba crédito a una huida tan increíble y temeraria.
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