Ivonne o'Brien fue torturada salvajemente hasta la muerte, en 1999.

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No se recuerda un crimen tan espeluznante como el cometido en el Port d'Alcúdia en 1999. La víctima, una británica llamada Ivonne O'Brien, de 44 años, fue salvajemente torturada hasta la muerte y su asesino -que nunca fue detenido- se llevó consigo la mandíbula inferior de la víctima, que arrancó con un cuchillo. Los guardias civiles que entraron en el escenario del asesinato -un pequeño anexo de un chalet- quedaron horrorizados por lo que vieron.

Han pasado 23 años y para los veteranos de la Benemérita el caso de Ivonne O'Brien sigue muy presente. Fue una de las mayores investigaciones que se recuerdan y el resultado fue frustrante: nunca se halló al psicópata que destrozó a la vecina de Alcúdia. Ivonne había llegado a Mallorca hacía unos dos años y su familia era adinerada. De hecho, ella no trabajaba y cada mes recibía una paga generosa de unas inversiones familiares.

Sufría una seria adicción al alcohol y de noche frecuentaba algunos bares y tugurios poco recomendables del puerto y del pueblo. Y se juntaba con personajes turbios. Este círculo de conocidos fue, a la postre, un quebradero de cabeza para los investigadores, que se encontraron con un número ingente de sospechosos potenciales.

En la madrugada del 30 de agosto de 1999, sobre las cinco y media, la mujer regresó visiblemente bebida a su anexo alquilado, en el número 50 de la calle Teodor Canet, junto a un chalet. Se trataba de una vivienda de pequeñas dimensiones, que siempre tenía muy desordenada. Ivonne había estado en los bares de siempre y el asesino se fijó allí en ella. No está claro si hablaron en alguno de aquellos locales, o si simplemente el psicópata reparó en ella y en que era una presa fácil, y esperó a que se marchara a casa.

Sea como fuere, algunos testigos la vieron regresar tambaleándose y, a poca distancia, un hombre que la seguía. Dentro de la casa mantuvieron juegos sadomasoquistas y el desconocido le anudó una soga al cuello, que le sirvió luego para reducirla. La británica no pudo ofrecer resistencia y el agresor comenzó a apuñalarla, sobre todo en el cuello. Ivonne murió desangrada, tras un terrible calvario, y cuando los guardias civiles la encontraron yacía en la cama, sobre un gran charco de sangre.

El criminal se había ensañado con ella: le cercenó los pechos, le arrancó la mandíbula inferior -que se llevó como un trofeo- y le introdujo una pistola simulada en la vagina. Una orgía de sangre que todavía hoy provoca pesadillas a algunos de los agentes que entraron en la escena del crimen. El psicópata, además, le había rajado el vientre y había sacado sus tripas, con las que había escrito en la pared: «Paz, sexo y amor». Y el símbolo de la paz.

Las palabras estaban en castellano, pero el asesino se equivocó cuando escribió «amor», y le puso dos letras «o». Ese dato dio pie a la teoría de que el autor era un extranjero. Hubo media docena de sospechosos, que tenían antecedentes por su carácter violento, pero el principal fue el luxemburgués Gastón D., que había estado ingresado en un psiquiátrico de Austria y en aquella época vivía en los alrededores del Port d'Alcúdia.

La Guardia Civil trabajó día y noche, durante meses, para intentar vincular al sospechoso con la víctima, pero todos los esfuerzos fueron inútiles. Los teléfonos móviles, en aquella época, eran escasos y no se podían triangular llamadas, para cruzar datos. Hoy en día, el escenario sería muy distinto. Una de las hipótesis que se barajó fue que el asesino fuera un imitador de Charles Mason, el sádico que ordenó matar a la actriz Sharon Tate en Los Ángeles en agosto de 1969, justo treinta años atrás. Tate, esposa del director de cine Roman Polanski, estaba embarazada de ocho meses y medio.

A la actriz le colocaron una cuerda en el cuello, como a Ivonne, y la apuñalaron repetidamente, igual que ocurrió en el pequeño anexo del Port d'Alcúdia. Luego, los seguidores de Mason pintaron con la sangre de ella la palabra «Pig» (cerdo). En junio de 2010, el caso de Ivonne se reabrió porque un abogado inglés remitió al fiscal Tomeu Barceló una carta en la que apuntaba a que un criminal de aquel país, en prisión, era el verdugo de la mujer. Esa línea nunca prosperó y a día de hoy todo apunta a que el perturbado luxemburgués Gastón fue quién ejecutó aquella madrugada de agosto la orgía de sangre de la calle Teodor Canet. El crimen más espeluznante que se recuerda. Una bacanal de sangre y violencia.