Entre el 14 y el 15 de octubre de 1403 Ciutat vivió sus horas más mortíferas. | Redacción Local

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Las riadas en esta parte del mundo no son cosa del todo novedosa; sí lo es a caso la intensidad con la que se nos presentan últimamente, atendiendo a precedentes como la tragedia de Sant Llorenç (Mallorca) de octubre de 2018, o la propia devastación que la DANA ha traído consigo en las últimas horas a Valencia. En el caso mallorquín en particular hubo un tiempo en el cual la planificación urbanística dejaba bastante que desear. Como resultado, cuando llovía con fuerza, los principales torrentes de Palma se llenaban hasta los topes y corrían un serio riesgo de desbordarse. Tras lo acontecido en la Comunitat Valenciana desde el pasado miércoles por la noche resulta pertinente recordar otra torrentada de dramáticas consecuencias.

Esta sobrevino, según diversas fuentes históricas, el 14 de octubre de 1403 y se cebó con determinadas partes de la capital balear. El agua embravecida y el lodo acabaron con la vida de 5.000 personas. Tal y como publicó en su día el investigador Miquel Grimalt en un estudio para la Universitat de les Illes Balears (UIB) titulado Les inundacions històriques de sa Riera, desde el siglo XV se tiene constancia de algunos episodios de catástrofes naturales sucedidos en Palma como consecuencia de las lluvias torrenciales.

Según reconoce el propio investigador en su trabajo para el departamento de Ciències de la Terra, «especialmente fuerte fue la crecida de 1403, con unos cuantos miles de víctimas mortales» como trágico resultado. Cita que, desde la Antigüedad, no hubo un episodio igual en todas las tierras que actualmente conforman el Estado español. ¿Qué pasó ese día? No es que hace más de seiscientos años las gotas frías o las DANAS típicas del otoño mediterráneo fueran más intensas o diferentes a las actuales; al contrario, el calentamiento global como consecuencia del cambio climático ha incrementado la frecuencia e intensidad de estos fenómenos extremos, según reconocen todos los expertos en la materia.

Quizás el hecho principal, el detonante de la masacre del año 1403 que aconteció en Palma, hay que buscarlo en el antiguo trazado del torrente de sa Riera. En la Palma medieval el cauce «cruzaba el centro urbano de la Ciutat de Mallorca casi siguiendo su eje central». De este modo su lecho pasaba por la Rambla, calle Unió, plaça del Mercat, desembocando al final del passeig del Born, donde se había ubicado el primitivo puerto de Palma.

Curiosamente cien años antes de la tragedia el rey Jaume II ya mandó sacar el cauce por fuera de la ciudad, algo que puede interpretarse como que anteriormente ya había habido problemas. Sin embargo, las obras no se llevaron nunca a cabo y las torrentadas que siguieron en el tiempo manifestaron que no había sido una buena idea desestimar la orden del monarca.

En su trabajo Grimalt plasma dos días seguidos de dos noches de lluvias fuertes, que con las horas dieron paso a una crecida sin precedentes. Los testimonios de la época cifran en 40 palms (7,82 metros) la altura del agua en la Plaça del Mercat. Como consecuencia «las aguas rompieron la muralla, anegaron la parte baja de Palma y arrasaron buena parte de las casas de la zona con una cifra de víctimas que oscila entre las 3.500 y las 5.000», siendo este último el balance más avalado por los distintos especialistas.

El geólogo, estudioso y divulgador Andreu Muntaner cita como causa probable del desastre el taponamiento de la salida del torrente hacia el mar con la gran cantidad de árboles, piedras y escombros arrastrados a su paso: «el agua se acumuló hasta alturas considerables en los barrios marineros cercanos a la Llonja. Cuando la muralla del muelle cedió al peso, se formó una gran ola que arrastró muchas vidas y bienes hacia el mar».

De tal modo, muchos cuerpos fueron recuperados en el Coll d'en Rabassa. Otros tantos en Porto Pi e incluso en Illetes. Asimismo, las características constructivas de la parte de Palma más pegada a la vida marinera posiblemente incidieron en las masivas pérdidas humanas de ese día funesto. Muchas chozas se alzaban con tàpia, simple fango secado al sol como recubrimiento, que al remojarse se reblandecía. Su integridad frente a una inundación es fácil de imaginar. Dos cientos años después de aquel día negro en la historia de Palma y de toda Mallorca se desvió el tramo urbano de sa Riera dotándolo del recorrido actual. En la memoria colectiva había quedado grabado para siempre el día en que sa Riera se convirtió en un mar de muerte.