La de la señora Pilar es un ejemplo. Tiene familia en Ibiza y se han mudado con ella un tiempo para intentar ayudarla. Se había quedado sin cama. Llorando acepta los cuatro colchones y somieres que los voluntarios mallorquines dejan en su hogar. En la parte de la casa que daba al barranco, tenía una preciosa terraza. Ya no está.
Al advertir la falta de tantas cosas, el equipo se ha dedicado a preguntar casa por casa cuáles son las necesidades y han acabado entregando toda la carga a los vecinos afectados, entre ellos Maite que ha tenido que dejar a sus padres en una residencia porque su domicilio está arrasado o Estela, de tan sólo 24 añitos, a la que tras dejarle dos camas en su casa, la hemos visto en mitad del camino cargarla a hombros junto a tres amigos. «¿Pero qué haces, Estela? La llevamos nosotros», «no sabía si os dejarían cruzar el puente y no quería molestar», nos dice. Pretendía caminar al menos dos kilómetros a pie, entre el barro, cargada con más de 30 kilos para llevarle las camas a sus padres.
Otra vecina nos cuenta que los vecinos de Picanya se han organizado mucho y muy bien, ayudándose unos a otros; quizá por eso y porque el núcleo es menor a Paiporta, la fase post-emergencia está más avanzada. Aunque las viviendas escupirán fango durante meses. Además del peligro de los gases. Justo en mitad del reparto, cuatro personas han aparecido para cortar una calle y avisar a los vecinos que usen sus mascarillas. «Fuga de gas». No ha sido grave pero uno de ellos, ha cogido la bombona con el escape y la ha llevado valientemente unos metros lejos para lanzarla sobre los escombros. El peligro no es la explosión, de hecho, el gas ha continuado saliendo lentamente; pero las intoxicaciones si se producen.
La señora Ana recibe otra cama. Su vecina está de viaje y le ha prestado un colchón, pero tiene que devolverlo. Tras la visita de los voluntarios se emociona. Más abrazos. Hoy dormirá en su propia cama, aunque no se parezca en nada a lo que tenía antes de que todo esto ocurriera.
Una vez vaciada la furgoneta de camas, los voluntarios acuden a un punto de recogida de Picanya, 'La Falla', donde Marta, atendiendo tres llamadas a la vez mientras cuatro personas le preguntan donde va cada cosa, nos vuelve a preguntar: «De dónde venís?», «de Mallorca». Se lleva la mano al corazón.
El equipo cruza el único puente que quedó en pie de los cuatro que regían en la zona. Al otro lado está igual. Sólo queda un día para seguir abasteciendo en todo lo posible a todas estas familias.
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