Los jóvenes cruzando el puente de Paiporta | Alba González -

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Maite, vecina de Picanya, ríe y llora a la vez. Mientras nos cuenta que sus padres están en una residencia porque el agua destrozó su casa, repentinamente suelta: «increíbles, los jóvenes, impresionante; ¿sabes esos dos niños de once años que se han hecho virales por repartir material con su carrito de la compra? ¡Son de este barrio!». Siente absoluto orgullo. De sus vecinos, pero sobre todo, de los más jóvenes.

En toda Valencia y en toda España, ese mismo sentimiento se repite. Los jóvenes, tan duramente tratados en los últimos tiempos por considerarles la «generación de cristal», han dado un ejemplo de entereza organizándose para trabajar en el barro. Fueron los primeros en activarse. Cruzaron el puente, armados con sus escobas, para ofrecerse a los demás.

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Todo el mundo pensó que, al coincidir en el puente festivo del 1 de noviembre, lo harían sólo durante una o dos jornadas. Y no. Diez días después de la tragedia, continúan caminando horas para llegar a las enfangadas calles y ponerse manos a la obra. «Muchos no llevan ni botas de agua ni protecciones y cuando se las ofreces dicen que no, que para los vecinos; no lo aceptan a no ser que sepan que hay suficientes», confirma uno de los voluntarios que ha tratado con ellos.

En plena zona cero de Paiporta, decenas de ellos pasan por delante del grupo de voluntarios de Mallorca. Hablan sobre lo que han visto, se organizan para volver al día siguiente; cuando llamamos su atención, tímidamente confiesan que sí, que les vendría bien un EPI o una mascarilla nueva. La mayoría son de Valencia, pero los hay que también han cruzado diferentes autonomías para llegar al centro de la emergencia. Se hablaba de la generación perdida y quizá haya sido la catástrofe lo que nos ha hecho encontrarla.