Jorge Benacerraf Herrera y su esposa, María Gabriela Obediente de Benacerraf, abrieron de nuevo las puertas de su preciosa casa de Formentor, heredada de su madre, la genial Mercedes Herrera, fallecida a finales del pasado verano. La echamos mucho de menos, pues su presencia siempre se hacía notar fuertemente.
Su casa está impregnada todavía de su aroma a perfume femenino y caro, pues en ella nada era excesivo, ni vulgar, por más que exprimiera la vida como a ella le venía en gana. Alegra sentir cómo la casa sigue tan viva como siempre, ahora que ella ya no la habita, y que su hijo y su nuera siguen cuidando esa villa histórica con esmero y dedicación. El jardín que llega hasta las rocas del mar se avanza ya a la primavera, el islote de Formentor se muestra como siempre desde el inmenso ventanal que da a la bahía desde el salón y reina impoluto como la más grande de las obras de arte.
No hay cámara capaz de captar la luz que traspasa ese cristal inmenso que lleva años aguantando el salitre, las embestidas del mar y las locuras de las grandes fiestas que se han dado y se darán en esa sala que ha acogido a los más grandes. El libro de firmas, o libro de honor, sigue en su sitio. La murta sigue adornando los inmensos jarrones, los pájaros de porcelana descansan sobre las estanterías del comedor, el loro sigue en su jaula y, sin embargo, todo ha cambiado para que nada cambie. Como en El Gatopardo, las grandes familias se amoldan a los tiempos con elegancia, sin arrugarse a nada, por más que la política de su Venezuela natal les haya privado de sus tierras, trabajo y fábricas al grito de ¡exprópiese! que decía Chávez. Esa palabra resuena en sus oídos, también ahora, pero no voy a hablar de política, como no lo hicimos con los invitados de postín con los que coincidimos en dos días que parecían uno.
Jorge y María Gabriela convocaron a los productores venezolanos más importantes, Rolando Loewenstein y su esposa Alejandra de Lowenstein, que tuvieron que dejar su Venezuela natal, donde eran figuras muy reconocidas, para adentrase en el mundo de la producción cinematográfica mallorquina a través de Filmco. Uno de sus hijos ha ganado ya cinco Emmy. ¡Que se dice pronto! También coincidimos con Oswaldo Acosta y la elegantísima Erika Blaschhitz, que tiene el sentido del humor, la pose y el estilo de las grandes damas de toda la vida.
Esa mueca que se aprende en la cuna o es imposible imitar. Y otro de los días también almorzamos de barbacoa con los economistas mallorquines Juan Manuel Prats y su esposa Marga Villalonga, con los que departir es siempre un placer. Mezclar gente, y saber coómo hacerlo, es el secreto mejor guardado de los grandes. Por cierto, Jorge nos hizo una carne a la brasa que quitaba el sentido y los postres, mezcla de Venezuela y Mallorca, remataban la faena.
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