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Sin duda, a nivel social ninguna noticia supera la que se produjo en Oslo con motivo de la mayoría de edad de la hija de los príncipes herederos, la encantadora Ingrid Alexandra, futura reina de ese país modernísimo y riquísimo que miren por donde es una monarquía. Comienzo por el impacto que sentí al ver desfilar y abrir el cortejo real, entre cánticos angelicales, a Rosario Nadal del brazo de su hijo Tásilo Saxe, seguida por sus hijas, Mafalda sin su marido, y por su exmarido Kyril de Bulgaria con su novia. Preciosa imagen y maravilloso el vestido lucido por la mallorquina. ¡Qué poder tiene su imagen!

El otro efecto top fue descubrir a las futuras reinas, pues incluida Leonor –que no estuvo– el futuro es de las reinas, salvo Inglaterra y Dinamarca, luciendo por primera vez tiaras de brillantes que han provocado tal tsunami mediático del que cuesta recuperarse. Cada pieza con su historia y para la historia. El poder de una diadema, tiara, corono, bandeau sobre la cabeza de una mujer es hipnótico, lleva directamente al sueño de los cuentos de hadas, que es del que viven las monarquías y algunas repúblicas tan monárquicas como la francesa.

Desgraciadamente en España no sabemos de estos fastos y usos propios de los países europeos más desarrollados, nunca veremos una fiesta similar para Leonor y Sofía de Borbón ni nos darán grandes sorpresas como la regalada por la princesa heredera de los belgas, que llevó una coronita de estreno, eso sí, muy royal y con historia. No entiendo por qué doña Sofía prohibió su uso a las señoras que las poseen en las galas de Palacio. Somos raros, raros.