Siguiendo la tradición anual, doscientas sesenta y tres personas se reunieron en la Ermita de Sant Honorat, en una ladera situada en la misma montaña que alberga uno de los lugares más mágicos de Mallorca, el Puig de Randa. La reunión, con fines benéficos, congrega a buena parte de la sociedad de esa parte tan importante de la Isla que para la ocasión, el ya famoso y esperado Sopar de blanc, se esmera en crear una bonita velada con un solo fin, o sea, con el objetivo de recaudar fondos para pagar las becas a 42 estudiantes de Camerún.
Fíjense la de causas que sabiéndolo o no defendemos los mallorquines. Porque esta Isla bendecida por los dioses es solidaria cuando ha de serlo, lo que ocurre es que lo hacemos desde la discreción en la mayoría de ocasiones. La noche fue fabulosa, en buena compañía y con el regalo estético que supone ver a todos vestidos con el color de la pureza. Impolutos e impolutas. Soy muy fan de este tipo de fiestas, pues la uniformidad hace que todo se diluya en una imagen homogénea que resulta armoniosa, y la armonía es fundamental para el buen desarrollo de una fiesta. Armonía en todos los aspectos, desde la decoración, acorde con las expectativas, a las viandas y la música y, por supuesto, el atuendo de los invitados que han de seguir sí o sí la etiqueta que se les manda. Si no quieren hacerlo, que no acudan.
Esta gran reunión a manteles se engrandeció con la actuación del mago mallorquín Cloquell y con la vista impagable del Pla de Mallorca, iluminado por el ocaso del sol del atardecer donde más bellos son los atardeceros rojos. En la cena también participó el superior general de los Misioneros de los Sagrados Corazones, padre Antonio Fernández y el prior de Sant Honorat, padre Miquel Mascaró, que conjuntamente con otros voluntarios sirvieron a los comensales el pa amb oli, con jamón y queso. Buenísimo, así que buenísima elección que no puede gustarnos más. Donde brilla la simpleza gana la elegancia.
La ermita de Sant Honorat, situada en la montaña mística de Randa a la que el beato Ramón Llull, sobre el año 1273, se retiró para hacer vida contenplativa, sirve de roca segura para recordarnos día a día nuestra historia como sociedad casi milenaria, una historia grandiosa que se ha ido llenando de grandes nombres, piedra a piedra. Si uno lo desea, por cierto, puede retirarse a la ermita y participar en los cursos que allí se realizan. No se los pierdan. Mallorca pura. Amb pa amb oli.
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