Rosa Maria Regí, Marga Prohens, Carme Serra, Maria Cruz Rivera, Carmen Dameto y María Salom. | Esteban Mercer

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La gala de los premios Siurells de Plata fue un año más la mejor de las citas prenavideñas, y no solo por la categoría de los premiados, la perfecta organización o por la magnífica concentración de caras conocida y por la relevancia que esta casa desde la que les escribo cada domingo da a la verdadera sociedad mallorquina que merece un reconocimiento. Cuando hablo de sociedad no les hablo ni de clases sociales, ni de estamentos, ni de castas ni de absurdos distingos que en la Europa de hoy no tienen ningún sentido, por más que en estas crónicas usemos, en ocasiones, un vocabulario que recuerda al más esnob de los estilos.

Cuando les hablo de la verdadera sociedad quiero que piensen en todos aquellos que hacen algo positivo para los demás, y sobre todo en los premiados que años tras año, y van muchos, se esfuerzan en ofrecer lo mejor de sí mismos, día tras día, hora tras hora, año tras año, para que los demás, los que no hacemos casi nada, podamos seguir confiando en el futuro. Llevo muchos años observando lo que ocurre a mi alrededor y hace casi los mismos que decidí contar solo lo bonito.

Vivimos un siglo que se acerca a su primer cuarto, y es especialmente duro, así que cuando te encuentras en una sala llena de caras alegres, dispuestas a pasar un buen rato entre otras personas igual de alegres, personas luchadoras que no se amilanan, que saben a la perfección, por su experiencia vital obviamente, lo que hay que hacer en cada momento, uno no puede por más que admirarse. Me ha sucedido siempre, admirar a los que consiguen seguir ahí, año tras año, luchando por lo que creen, esté de acuerdo con ellos o no. El respeto por los que luchan honesta y hábilmente es directamente proporcional a la ignorancia que me provocan los que nada hacen por mejorar o mejorarse, anclados en la crítica constante.

Así que llegar a Son Termes, que para mi es una segunda casa pues ahí he vivido algunos de los momentos más felices de mi vida, y ver la gran sala llena de caras nuevas, jóvenes buscando su espacio, con aspecto reluciente y cumpliendo las exigencias que impone la etiqueta, me llena de orgullo. El orgullo de pertenecer a esta generación de gente que nos ha tocado batallar duramente pero que aquí seguimos, con el añadido de que nos alegramos, nos seguimos alegrando, conociendo a los nuevos personajes que se van incorporando a las filas que con su trabajo han hecho grandes estas Islas, desde el lugar que ocupen, o hayan ocupado. No estoy haciendo la pelota a nadie, no soy de esos, pero me gusta alabar el trabajo bien hecho y el del equipo que organiza esta noche tan especial merece un reconocimiento único.

El equipo lo forma mucha gente, aunque todos sabemos quiénes son los que, con su esfuerzo diario y su ponderación, han conseguido que el castillo siga en pie. La gala fue la prueba definitiva. Una recepción de invitados ágil, una ceremonia de entrega amena pero también solemne, discursos que en ocasiones llegaban al alma y tras la solemnidad, la gran cena servida a la perfección por la casa que nos acogía y por la estupenda familia que la regenta. El ambiente no podía ser mejor, se lo repito, y la generosidad de los invitados versus los anfitriones inmensa. La mayoría sabemos lo que cuesta, el enorme esfuerzo que hay tras una gran noche como esta.

El vestuario de las damas mejorando, siempre mejorando. No haré una lista de las más elegantes, no sería apropiado ni justo, pero si he de destacar, porque es mi obligación, el esfuerzo que hace la mayoría para aparecer festivo, incluso los señores, de traje oscuro y corbata la mayoría. No hay mayor honor hacia cualquier anfitrión que ver como los que acuden a la cita lo hagan desde el respeto, y una forma de demostrarlo es cuidando la indumentaria. Otra forma es la actitud con la que se acude y otra muy superior es la falta de crítica. No escuché ninguna, pero tampoco se me ocurre nada que pueda ser motivo de ellas.

Son Termes fue un año más el escenario perfecto para que en torno a los premiados del diario Ultima Hora, el que están leyendo, y que reconoce sus valores, implicación y dedicación de diferentes personalidades, empresas y entidades hacia la sociedad. El ceramista Joan Pere Català Roig, la Fundación RANA, la empresa Carob, Tòfol Castanyer, la Fundación Marilles, las futbolistas Mariona Caldentey, Patri Guijarro y Cata Coll, y el doctor Alfonso Ballesteros fueron los verdaderos protagonistas de la velada y eso que en torno a ellos se reunieron las principales autoridades de las Islas, con la presidenta del Govern, Marga Prohens, que no quiso faltar a la cita junto a representantes de diferentes sectores y partidos políticos.

Nuestra presidenta Carme Serra estuvo magnífica en su discurso, así lo celebraba todo aquel con quien hablé. Habló muy cerca de la gente que la rodea, de los que formamos esta sociedad de hoy, tan heterogénea, habló muy cerca de la realidad que vivimos, y nos habló casi al oído, sin aspavientos, para que la entendiéramos bien. Y lo hizo en un momento en el que hablar abiertamente no es fácil, pero esta casa lo lleva haciendo desde hace más de cien años, y me temo que seguirá haciéndolo. Desde la cercanía, que es lo más importante.

En definitiva, la gala de los Siurells fue, un año más, la mejor de las galas. Por cierto, qué buena mesa la mía. Sigo con otra gala única y excepcional que cada año, y hace muchos, abre mi época de saraos fuera de casa con sabor a Navidad. Esté trabajando fuera, como en esta ocasión, o esté presente, la disfruto desde que hace muchos años mi querida Mercedes Truyols Zaforteza me eligiera su acompañante. Eran mis tiempos de Radio Pollença, hace de ello más de veinte años, que se dice pronto. Es gracias a personas como ella que mi carrera siguió adelante, y hasta hoy. Recuerdo cada una de las personas que ha aportado algo de sus conocimientos y personalidades a mi vida, y Xavier Bonet, y su familia, forman parte de ese selecto grupo de bien.