En el suelo, Esteban Mercer. En las sillas, Mila Gual de Torrella y Sonia de Valenzuela, la anfitriona. Detrás, Blanca González-Miranda, Eladia Seguí, Maite Arias, Chantal Clément, Sylvia Baker, Àngels Mercer, Nina Iglesias, Blanca Gual de Torrella, Carmen Llompart, Bárbara Homar y Ana R. | Esteban Mercer

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Una vez más, Sonia de Valenzuela y sus hijos abrieron las puertas de su preciosa casa de La Peñalba, que toma el nombre de uno de los títulos de la familia de Sonia, su hermano ostenta el título de conde de Peñalba desde la muerte de su progenitor y Sonia al inaugurar esta nueva propiedad tras abandonar la mítica Pastoritx quiso homenajear a su familia sevillana y a sus antepasados.

Nuestra anfitriona lleva la Navidad en la sangre, como la llevamos todos sus invitados. Este año en el pensamiento de todos estuvo la madre de nuestra anfitriona, la condesa de Albercón, fallecida el pasado verano, y que era titular de ese título tan elegante. Era una gran dama, una personalidad que en la Sevilla de hace unos años solo encontraba rival, es una forma de hablar obviamente, en la duquesa Cayetana de Alba. Eran íntimas. De ese tipo de señoras que están, por obra y gracia de los modernos, en vías de extinción, ha heredado Sonia una forma de hacer y recibir única y una fuerza que ella achaca a su antepasado el emperador Moctezuma, pues de él y de los de su raza desciende en línea directa.

De hecho, su abuela todavía cobraba la pensión que Hernán Cortés y Carlos I quisieron ofrecer anualmente a sus descendientes. Pensión que se cobró puntualmente hasta 1934, o eso creo. El pago que se les hacía era de 1.480 gramos de oro. Los modernos de hoy, tan solidarios, deberían tomar nota de lo que significa crear un imperio español, en el que se respetaron los derechos de casi todos convirtiéndolos no en súbditos, en iguales. No sé por qué me he ido por las ramas, pero si no conocemos nuestra historia, que no la conocemos, estamos abocados al fracaso más estrepitoso. En fin, la de Valenzuela recibe como nadie.

Su casa se decora con todo y más, el menú que se sirve siempre sale de las cocinas de la casa, seamos cuatro o cuarenta, y todo, absolutamente todo respira generosidad. En esta ocasión y como es habitual en las familias de toda la vida, no se precisó de servicio adicional para que todos disfrutaran de la última noche del año junto a los suyos. Sonia dispuso un magnifico bufet en el que no faltó de nada y tras situar a cada uno en sus sitios en la mesa ordenó que comenzara el banquete. Mi sobrino Álvaro Sanz Mercer, junto al resto de jóvenes, se ocupó de servir y retirar platos y disfrutó más que nadie de la velada.

Tras los postres, una locura en la que los polvorones de la Despensa de Palacio triunfaron, junto a la marquesa de chocolate y los cardenales de Lloseta, llenamos las copas y nos dispusimos a despedir alegremente este 2023 tan agridulce. Me quedo con lo dulce que para eso soy diabético. No solo heredamos títulos, también otras cosas más pesadas de sobrellevar. Hoy los títulos solo pesan en las mentes enfermas de los modernos que no saben ni lo que son ni lo que significan.

A las 00 y con una espantosa y ridículamente vestida Cristina Pedroche, tomamos las uvas, brindamos por el nuevo año e hicimos saltar el cotillón en el que todo brilló. Comenzó el baile, se derrochó humor y llegamos a la primera madrugada de este 2024 en el que todos les deseamos lo mejor. Lo mejor para los que no lo merecen, y las gracias para los que lo merecen más que nadie por enseñarnos que la vida es dignidad o no es vida. Adoro comenzar un nuevo año rodeado de gente que sí lo merece.