Mallorca y sus islas hermanas están llenas de lugares mágicos a los que siempre hay que volver. Se dice que donde uno ha sido feliz, o muy feliz, no hay que regresar mucho, sin embargo hay lugares que merecen excepciones excepcionales. Suelen ser lugares difíciles de encontrar, a veces escondidos en las cuevas de nuestra memoria, de difícil acceso y también difíciles de abandonar porque cuando uno está en ellos y se siente parte de ellos no quiere salir para regresar al mundo real, a veces tan banal que resulta aburrido. En esos lugares todo fluye, es perfecto, es cálido, sabroso, interesante, culto y convincente. Es acogedor, así que vengan de mi brazo a ese lugar mágico que me sirve para representar a todos los otros.
Fiesta
La familia que forman Ernesto y Ñita Azpiazu de Balda junto a sus numerosos hijos e hijos políticos, más los seres que con los años han ido añadiéndose a la familia fruto del amor, es un entorno mágico. Su preciosa casa mallorquina en Costa de los Pinos es un reflejo perfecto de quiénes son y del porqué nadie quiere salir de allí cada vez que abren las puertas de la villa para recibir a sus amigos. No es solo porque la casa sea bonita y acogedora, fruto de su vasta cultura histórica y un homenaje claro a nuestros orígenes greco-romanos, que llegaron a América y formaron una nueva cultura todavía más poderosa que la anterior. Ernesto y su esposa nacieron en América, sin embargo, su origen español les llevó a regresar a la tierra de sus antepasados y a echar raíces en ella para que sus hijos no sintieran el desarraigo total que supone el cambio de país y de continente.
En España, y así lo manifiestan, son más felices que nunca, y han conseguido que su familia se sienta en casa, y lo más importante, que su entorno español les haya acogido a todos con cariño adoptándolos como amigos para siempre. Desde que los conocí, hace ya unos cuantos años, he visto como su felicidad crecía y se fortalecía y como su entorno iba ampliándose con mentes cultas y elegantes, así que es natural que sus reuniones sociales sean una mezcla fantástica de diversión, exquisitez y buena conversación. Una mezcla de jóvenes y adultos que resulta perfecta en la que no falta nadie, pues nadie rechaza la invitación de echarse unos kilómetros a la espalda para llegar a ese lugar mágico donde habitan algunos de los más destacados de la sociedad española e internacional.
Casa Balda es un oasis bajo los pinos y la noche del pasado sábado lo fue aun más pues bajo la luna a punto de llenarse de luz plena se reunió la mejor sociedad, de la nobleza, la alta empresa y la gran cultura. El conjunto que nos regalaron los Balda la pasada semana no podía ser más bello, y eso que no había nada que no fuera perfectamente casual, sin serlo del todo. La casa seguía siendo la de siempre, la comida que se sirvió excepcional, al igual que el servicio que nos atendió con admirable profesionalidad. Las damas que asistieron destacaron, como es habitual, por su elegancia y su simpatía. Alguien se llevará las manos a la cabeza pensando que soy, o son, unos esnobs, pues han de saber que malpiensan porque en la sociedad educada y culta pocos los son. Esnob significa el que no posee nobleza, y esa noche la había a raudales. Nobleza de sangre y de espíritu.
La grandeza de nuestros anfitriones es esa, que sin querer demostrar excepcionalidad no pueden disimularla. Su amabilidad y sosiego se traslada a todos sus invitados. Todos disfrutamos de ese privilegio que es estar con ellos una vez más y junto a su piscina llena de agua y de normalidades excepcionales. Fue una noche mágica que agradeceremos toda la vida, los de toda la vida.
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