El madrileño Palacio de los Deportes recibía a reventar a su nueva diosa, la diosa de un Olimpo «freak» o monstruoso que ella misma ha ido creando desde la aparición en 2008 de su primer álbum «The fame» y que ha coronado con temas de éxito como «Just dance», «Pokerface» o «Alejandro».
Venta fraudulenta
La nota negativa, que fuera se quedaban cientos de personas sin poder entrar, porque la organización había detectado la venta fraudulenta de entradas falsas.
Los porteros del Palacio de Deportes, principales afectados por la gran aglomeración de publico, que obligó a que la policía tuviera que intervenir, hablaban de 4.000 entradas, pero un portavoz de la promotora (Livenation) confirmaba que unas trescientas y recordaba que nunca se deben comprar localidades en lugares no oficiales.
Volviendo a lo que realmente importa, Stefani Joanne Angelina Germanotta, conocida como Lady Gaga, con 15 millones de álbumes vendidos, a los que hay que sumar cuarenta millones de sencillos, no defraudaba a su público durante las dos horas de concierto.
Y es que esta neoyorquina, cantante, compositora, productora, bailarina y pianista, como heredara confesa de la auténtica reina del pop, Madonna, es una maestra del disfraz, la trasgresión, la provocación, la imagen y, en resumidas cuentas, el espectáculo, y una parlanchina empedernida, porque una buena parte de las dos horas las dedica a hablar, contar, gritar, susurrar y charlar con su público.
Defensora a ultranza de los inadaptados y la diferencia, Lady Gaga llegaba a Madrid, tras pasar por Barcelona y Lisboa, con su segunda gira mundial, The Monster Ball Tour, y era recibida por un público entregado y que la esperaba desde hacía horas, algunos hasta habían hecho noche en las puertas del edificio.
Para empezar y tras una introducción visual, Lady Gaga elegía «Dance in the Dark», el primer tema de un repertorio en el que no han faltado «Glitter and grease», «Just dance», «The fame», «Telephone», Alejandro», «Pokerface», «Paparazzi» y «Bad romance», estas cuatro últimas elegidas como broche final del espectáculo.
En boca de todos estaba eso de que «la Gaga canta de verdad» y es que la mayoría se acercaba al Palacio de Deportes con la duda de si la nueva diva era de esas que disimulan la falta de voz con mucha parafernalia, pero comprobaban in situ que la neoyorquina cantar, canta.
Veinte bailarines y músicos la arropaban en escena, y eso sí, por lo menos veinte veces se cambiaba de vestuario y no dudaba en disfrazarse de dominatrix encuerada en negro y morado, de monja vestida de blanco y plástico transparente a modo de muñeca hinchable con los pezones cubiertos con tiritas, de madrastra de Blancanieves, de hada de las nieves tipo carnaval de Tenerife, de heroína atacada por un gran monstruo, de mujer galáctica cristalizada y hasta se enfundaba en la bandera de España.
En cuanto a los escenarios, un poco de todo, eso sí, demasiada proyección visual que cortaba el ritmo del concierto. Para empezar un paraje urbano con luces de neón y un gran coche averiado, por el que pasaba el «Gaga Express» y recogía a la diva; un bosque petrificado al más puro estilo Tim Burton, en el que incluso, para el tema «Alejandro», una gran fuente coronada por un ángel terminaba chorreando sangre, y para terminar con «Bad romance» en una especie de nave espacial.
Lo cierto es que la reina del «freak» y el exceso ha dado lo que su público esperaba, una buena dosis de espectáculo.
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