Cerca de la orilla, ella espera a que él se ponga a punto para hacer ‘surfing’ durante un rato. | Julián Aguirre

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Kyril de Bulgaria no está solo en las vacaciones, que un verano más está disfrutando en Mallorca. Incluso después de divorciarse de Rosario Nadal, cada año ha venido a la Isla con sus hijos. Además, hace tres le acompañó la que fuera su novia durante una temporada, Cristina Tuñón.

A Kyril le sorprendimos la otra tarde en una de sus playas favoritas practicando su deporte preferido, el surf. A su lado también se subió a la tabla una joven rubia, de pelo corto, con una camiseta verde que llevaba recogida hasta un poco por debajo del pecho. Surfeaba bien, pero desde luego no tan bien como él, que lleva toda su vida haciéndolo.

¿Más que amigos?

Observados desde la distancia, se mostraban como una pareja feliz. Él, muy pendiente de ella; sobre todo cuando entraba y salía del agua, ayudándola a meter y sacar la tabla y la vela. Le daba instrucciones de cómo debía hacerlo. O al menos eso es lo que nos pareció desde la distancia.

No hubo besos, ni siquiera caricias. Como mucho, ella le extendió crema sobre la espalda. Pero no había duda de que entre ambos existía una relación que traspasaba los sentimientos de amistad. O al menos daba esa sensación.

Navegaron con la tabla de surf varias veces durante largo rato. Incluso ella surfeó sola, pero sin que él dejara de observarla.

Ya al atardecer, cuando acudió solícito a ayudarla a salir del mar impregnado de algas negras, ella miró hacia nosotros y parece que le dijo: «Nos están haciendo fotos». Él ni siquiera miró. Está acostumbrado a que se las hagan.

Tras ordenar las velas y las tablas sobre la arena, ambos se dirigieron hasta donde estaba la sombrilla de color rojo clavada y las dos sillas de playa. Ella se colocó el sombrero de paja de ala corta y se sentó mientras él sacudía la toalla, que se puso como pareo. Metió su cabeza bajo la gorra de larga visera, se puso las gafas, cogió un libro y se sentó a su lado. Charlaron durante un rato. Luego, mientras ella contemplaba el mar, él se puso a leer.

Al atardecer lo recogieron todo y caminaron hacia el jeep, en el que, tras colocar las tablas y las velas, pusieron dirección a casa. Por supuesto que sabemos quién es ella, pero ahora mismo es lo que menos importa.