Todo empezó en el año 2000, cuando participó en las excavaciones del túmulo de Son Ferrer y del Puig de la Morisca. Desde entonces, su observación del paisaje pasa por mirar lo que se esconde debajo de la sábana. Xavier Terrasa (Calvià, 1979), se licenció en historia (UB, 2003) y es gestor cultural y secretario de ARCA (Associació per a la Revitalització dels Centres Antics). Ha publicado ‘El patrimonio desaparecido de Palma' (Temporae, 2011).
Le pregunto si cada generación modifica la ciudad a su imagen y semejanza. Me responde:
Xavier Terrasa.- Probablemente. Y es lógico. Si todas las generaciones aportan al día a día sus tendencias culturales y estéticas o sus planteamientos sociales ¿cómo no van a modificar las ciudades que, al fin y al cabo, son un espacio de convivencia?
Llorenç Capellà.- ¿Son algo así como un álbum de postales superpuestas?
X.T.- Claro. Cada generación, le insisto, modifica substancialmente, para bien o para mal, el paisaje urbano. Las hay más proteccionistas, las hay en exceso intervencionistas...
L.C.- ¿En El patrimonio desaparecido de Palma prima la nostalgia o la denuncia?
X.T.- Un poco de todo. Nostalgia apenas siento porque no alcancé a conocer los paisajes que aparecen fotografiados en el libro. Aunque es cierto que mi familia me ha trasmitido unos valores impregnados de una cierta añoranza por un pasado irrecuperable. En cualquier caso, el libro debe interpretarse como un toque de atención. No lleva implícita una denuncia, pero sí un aviso. Quien lo hojee podrá ver la riqueza patrimonial e histórica que hemos perdido en las últimas décadas. Y, desde luego, debiéramos conjurarnos para salvaguardar la que nos queda.
L.C.- Habrá quien le responda que modernización significa destrucción.
X.T.- Entonces le aconsejaré que reflexione. Se moderniza rehabilitando, no destruyendo. Progreso y pasado deben convivir en perfecta armonía.
L.C.- ¿La Palma actual puede reconocerse en la de cien años atrás?
X.T.- Si nos referimos a su trazado de calles, no. Tenga en cuenta que a mediados del siglo pasado el centro histórico sufrió profundas reformas. Me estoy refiriendo a la plaza de l'Olivar, a la calle de Sant Miquel, al descampado que había en lo que hoy es Jaume III... Por no hablar, ya en los últimos años, del derribo casi total de la Gerreria.
L.C.- ¿Pudo rehabilitarse...?
X.T.- ¿Quién lo duda...? El periodista Carlos Garrido afirmó que Cort consideraba la Gerreria un laboratorio urbanístico. Y algo de ello hay, porque lo destruyó todo para construir su particular Brasilia. El resultado ha sido una zona inhóspita, sin historia.
L.C.- La reforma de la plaza de l'Olivar y su entorno, en el cincuenta y uno, también dio paso a una ciudad sin vida.
X.T.- No puede ser de otra manera. Cuando se destruye y se parte de cero, se borra la memoria de siglos. La calle Velázquez sustituyó el carrer d'en Camaró y se derrumbaron las casas de ambas aceras, tan decrépitas como usted quiera, que eran un modelo único de arquitectura popular. Y aún hay más. Por si nuestro empobrecimiento cultural no fuera preocupante, perdimos un topónimo centenario.
L.C.-...
X.T.- Aunque desgraciadamente la cuestión toponímica nos preocupa poco. Se urbanizan las possessions. Y cuando los nombres tradicionales pasan a ser sustituídos por los de Mayoris, Delta, etcétera, nos callamos como muertos. ¿Se ha preguntado usted de dónde sale el nombre de Son Rapinya...?
L.C.- No.
X.T.- Se lo digo. Porque los vecinos del lugar llamaban rapinyes, o sea, ladrones...
L.C.- ¿A quién?
X.T.- A los burgueses de Palma que, por muy poco dinero, se compraban un solar en la zona y se construían su chalet de veraneo. Esto fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Antes de urbanizarse, Son Rapinya pertenecía a Son Llull.
L.C.- ¿Una possessió...?
X.T.- Una más de las ya desaparecidas. Palma tenía su propia despensa, prácticamente no necesitaba importar nada. Y un huerto extraordinario. Pero el Sant Jordi agrícola desapareció para dejar paso al aeropuerto de Son Sant Joan.
L.C.- En El patrimonio desaparecido de Palma, cita algunas possessions.
X.T.- Usted lo ha dicho, algunas. Porque la destrucción ha sido un goteo constante. Las casas de Son Castelló fueron demolidas para hacer un polígono industrial, aunque ya estuvieran documentadas en el siglo XVI. Como las de sa Teulera. A éstas las derribó Promotora Reina en el noventa y dos.
L.C.- Las tierras aún no están urbanizadas.
X.T.- Porque era una inversión a largo plazo. Pero derribaron las casas. ¿Y sabe por qué...? Porque un año antes ARCA había solicitado su catalogación y a buen seguro que los promotores pensaron que más vale prevenir que jurar. Desgraciadamente casos tan lacerantes como éste los hay a montones. Las casas de Son Fortesa se derribaron en el noventa y cuatro, con casi veinte años de democracia...
L.C.- Acabe la frase. ¿Qué quiere decir...?
X.T.- Que la sociedad ya disponía de organismos encargados de velar por la protección arquitectónica. Son Fortesa había sido alquería musulmana, por lo que ya existía en 1229, cuando Jaume I desembarcó en la isla.
L.C.- ¿Era un tesoro...?
“cuando los intereses económicos chocan con los culturales, la cultura sale malparada”
L.C.- ¿No sirvió de nada?
X.T.- De nada. Empezó a derruirse el veintiuno de enero del noventa y cuatro. Aguiló ya no estaba en Cort, sino Joan Fageda...
L.C.- Tanto da.
X.T.- Supongo que sí.
L.C.- Hábleme de las tabernas o posadas de la Palma periférica.
X.T.- Constituyen otro de los elementos arquitectónicos desaparecidos. Aunque tiene su lógica, porque ya no hay tráfico de carros entre Palma y los pueblos. Los hostales alquilaban caballerizas, ofrecían comida y cama a los carreteros... Conservamos fotografías de les Enramades, en la Porta de Sant Antoni; de los llamados Hostals Nous o Enramades Noves, en la confluencia de las calles de Alexandre Rosselló y de Aragó; de Can Mianos, en 31 de Desembre; de sa Taverneta, en la calle de Manacor... No obstante, cuando la actividad agrícola entra en decadencia, desaparecen los payeses...
L.C.- ¿Y...?
X.T.- Surge un centro comercial. Ya le he dicho que cada generación aporta a la ciudad tanto sus prácticas de vida como sus conceptos culturales. Y tiene que ser así. Lo único que hemos de exigirnos es un escrupuloso respeto con los vestigios del pasado de un valor reconocido. En sesenta años Palma ha perdido la mitad de las hornacinas religiosas. En 1946, concretamente, el historiador Joan Muntaner Bujosa publicó Hornacinas Callejeras...
L.C.- ¿Y cuántas documentaba?
X.T.- Cien.
L.C.- ¿Y nos quedan cincuenta...?
X.T.- Poco más o menos. Quien en Palma ha querido derribar un edificio, lo ha derribado, a sabiendas de que nadie iba a exigirle responsabilidades.
L.C.- ¿Lloramos...?
X.T.- Tampoco es eso. Pero reconozcamos que esta indiferencia ante la barbarie es propia de una sociedad insensible, con un notable desarraigo cultural. Bueno, me callo, porque el análisis de este comportamiento corresponde, en todo caso, a los psicólogos... Lo cierto es que, en muy poco tiempo, hemos dejado de ser un pueblo anclado en el sector primario para instalarnos en unos niveles de desarrollo económico impresionantes. Y todo ello no ha ido acompañado de una inversión cultural adecuada. ¡En fin...! Todo esto ya forma parte del pasado. Me daría por satisfecho si salváramos lo salvable.
L.C.- ¿Confía en la Alcaldía?
X.T.- Quisiera. Pero no tengo ningún motivo razonable para hacerlo. Más bien tengo fe en la presión popular. Los vecinos del Jonquet han conseguido que se denegaran dos macroproyectos que iban a poner el barrio patas arriba.
L.C.- Fue antes. La opinión pública quemó sus naves en la defensa de Son Espases.
X.T.- Es cierto. Aunque el entorno del monasterio de la Real no se degradó a partir de la construcción del complejo hospitalario, sino con la construcción de los chalets del Secar de la Real.
L.C.-...
X.T.- En los últimos quince años, toda la Palma rural ha entrado en un período acelerado de urbanización. Una nueva carretera trae consigo el polígono, el chalet, el restaurante...
L.C.- Miremos hacia dentro de la ciudad. ¿Qué barrios de Palma corren más riesgo de destrucción?
X.T.- ¡Hay tantos! El Terreno, El Molinar...Pero debería preocuparnos especialmente Santa Catalina porque está en el punto de mira de la codicia humana.
L.C.- ¿Cómo en el Oeste ?
X.T.- Ni más ni menos. ¿O no fueron víctimas de la Fiebre del Oro, Calamajor, Portopí, Can Pastilla...? Con El patrimonio desaparecido de Palma hago pedagogía. ¿Que los políticos son los culpables últimos de la destrucción patrimonial...? Por supuesto. Pero no son los únicos. A la ciudadanía le corresponde su parte. No por malicia, sino por desconocimiento.
L.C.- ¿De qué?
X.T.- De la historia. De lo que fuimos. Tengámoslo en cuenta: en esta ciudad hay una huella invisible, pero imborrable, de nuestros antepasados.
En Die Balearen, Luis Salvador de Austria especifica que en el patio de la casa de los Torrella, le llamó la atención «una escalera nueva que reproduce exactamente otra antigua, colocada en el mismo lugar de la que ha venido a sustituir». Se refiere, en concreto, al palacio del Conde de Aiamans, cuyo patio y escalera (siglos XIV) habían sido desmontados por reformas en 1880. Según cuenta Xavier Terrasa en El patrimonio desaparecido de Palma, las piezas fueron adquiridas por Josep Costa Ferrer -Picarol, el admirado caricaturista de L'Esquella de la Torratxa-, en 1925. Pagó por todo ello 25.000 pesetas. Y lo vendió cuatro años después a Arthur Byne, probablemente por una cantidad muy superior, pues el mismo Byne acababa de pagar 40.000 dólares por una parte del monasterio de Sacramenta (Segovia). Byne -autor de Majorcan Houses and Gardens (1928) con una edición catalana (1982) prologada por Catalina Cantarellas- trabajaba para el magnate de la prensa William Randolph Heast, el excéntrico personaje que (muy a su pesar) inspiró a Orson Wells en Ciudadano Kane. Pero centrémonos en las piedras de los Aiamans. Viajaron a Estados Unidos y, al decir de Xavier Terrasa, fueron extraviadas quién sabe dónde. En cualquier caso, fueron el anuncio del desastre que acontecería años después: la destrucción sistemática y vergonzante del patrimonio cultural de Mallorca.
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