El país estrena este sábado «el Día del Rey» con un 87 % de la población que considera que su monarca lo ha hecho «bien o muy bien», según los sondeos más recientes.
Sin embargo, algunos analistas sostienen que los últimos doce meses no le han deparado ninguna «gran prueba» con la que confirme su buen hacer.
«El rey se ha reconciliado con el trabajo que le estaba predestinado y lo desempeña con gusto y dedicación», dijo a Efe el escritor y especialista en la Casa de Orange, Fred Lammers, evocando las dificultades que Guillermo-Alejandro tuvo como adolescente para asumir su condición de príncipe heredero.
El perfeccionismo de su madre, la ahora princesa Beatriz, le puso el listón muy alto tras más de tres décadas reinando sin mácula.
Con un estilo «más informal y accesible», según Lammers, Guillermo- Alejandro se ha ido familiarizando con el trono en busca su propia impronta para la monarquía.
El analista político y periodista Rene Zwaap coincide en que el rey «trabaja muy duro para estar a la altura de su predecesora», pero opina que «todavía no ha podido imprimir su propio sello» al trono, entre otras cosas porque «no ha tenido que pasar ningún examen difícil» con el que se ponga a prueba su destreza como elemento de unión del país.
«Imaginemos un caso hipotético como una crisis de Gobierno o un posible juicio al padre de Máxima, Jorge Zorreguieta, por su papel de secretario de Estado durante la Junta del general Videla en Argentina», señaló a Efe el experto como posibles «pruebas de fuego» para el rey.
La popularidad del monarca está estrechamente vinculada a la reina consorte, Máxima, en ocasiones llamada la «Evita Perón de los Países Bajos», que -según Zwaap- tiene el «talento innato de generar simpatía y poner en marcha la máquina publicitaria».
Tal es así que para suavizar la percepción del público de que se trata de un «reinado de dos cabezas», la Casa Real ha hecho un esfuerzo por «neutralizar a Máxima», remarcando que el trono recae solamente sobre su esposo, estimó el analista.
Al mismo tiempo el pasado de la reina consorte es «una potencial bomba de relojería» para la institución monárquica en Holanda: «Ser hija de un exministro de Videla sigue siendo muy delicado políticamente» y la «lógica lealtad de ella hacia su padre» podría interponerse entre su origen y su actual estatus, comentó.
Zwaap plantea esas dualidades como una «fuente de fricciones» que se verá en un futuro si afectan negativamente a la monarquía holandesa o por el contrario siguen tan solo latentes.
En un país con un Estado del bienestar tambaleante, privilegios, como los fiscales, de la Corona también juegan en su contra, lo que hace que la opinión pública e incluso voces del partido de los laboristas en el Gobierno aboguen por que la partida presupuestaria del rey no supere un 130 % del umbral del salario del primer ministro, por lo que ascendería a unos 230.000 euros netos anuales.
Esa norma es aplicada en Holanda para establecer límites salariales en los altos cargos contratados por instancias públicas.
Guillermo-Alejandro recibe una prestación de 817.000 euros netos anuales y unos 4,5 millones de euros en calidad de costes, lo que incluye, entre otros, gastos de representación y salarios del personal de palacio o consejeros.
Tampoco son bienvenidos excesos como la mansión de vacaciones en Mozambique (a la que finalmente renunciaron) e inversiones en Argentina que, bajo el amparo del ámbito privado, «intentan mantenerse fuera del alcance público y periodístico», aseguró Zwaap, calificando esas prácticas de «riesgos» para la estabilidad monárquica.
Por el momento, la complementariedad entre el estilo espontáneo de Máxima y la comedida rigidez de Guillermo-Alejandro hacen que se presenten dentro y fuera del país, en palabras de Lammers, como un «dúo real perfecto, adaptado a las necesidades de su tiempo».
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