El buzón de la casa donde vivió y murió Capone no esconde secretos. Cualquier viandante que logre acceder al número 93 de la exclusiva urbanización Isla Palm, en Miami Beach, puede curiosear en su interior, donde una postal publicitaria invita a dar clases particulares de tenis a los nuevos dueños: la firma de inversionistas inmobiliarios MB America.
A unos pasos del lugar donde Al Capone recogía su correo, una puerta de roble blanca flanquea el acceso principal a la vivienda, una villa de estilo colonial español de más de 2.700 metros cuadrados, construida en 1922.
El gángster la compró por 40.000 dólares a finales de los años 20 y la convirtió en su residencia. De ella salió para ingresar en la prisión de Alcatraz, acusado de evasión de impuestos; a ella volvió seis años después una vez cumplida su condena, aquejado ya de demencia senil y en una de sus habitaciones murió, en 1947, de un infarto.
La estructura de la mansión se compone de tres edificios diferenciados. Dos en los extremos - a pie de calle y tocando la bahía- estaban destinados a los miembros de seguridad y a invitados, mientras que Capone vivía en el bloque central de la mansión.
Toda la villa está pintada de blanco y la rodea un frondoso jardín de plantas tropicales que ha conservado su diseño original.
En uno de los extremos de la propiedad se encuentra una fuente construida con coral rosa.
«Dicen que aquí se sentaba Al Capone con su madre y su nieta a rezar», explica a Efe Marco Bruzzi, representante de los nuevos propietarios.
«Se adquirió la propiedad en 2014, se pagó por ella ocho millones de dólares y se han invertido dos más en restaurarla», recuerda Bruzzi. Ahora se puede alquilar a partir de 5.000 dólares por día.
«La estructura original de las paredes se ha mantenido, pero se han tenido que reparar grietas y restaurar partes esenciales, como el suelo, los cimientos o el tejado. La casa estaba en muy malas condiciones. Del mobiliario original no queda prácticamente nada, sólo lámparas, puertas y ventanas», añade.
En cambio se conserva intacto, en la planta baja del edificio principal, uno de los baños diseñado al gusto de Capone.
Está recubierto de azulejos amarillos y negros. En el suelo, una cenefa que termina con dos flores de Lis, símbolo de Florencia. «Es raro, porque él descendía de calabreses», especula Bruzzi.
Por el interior de la antigua residencia deambula una decena de operarios que dan los últimos retoques a las siete habitaciones, la cocina y los cinco baños.
Mike, de 28 años, es el responsable de las más de 50 personas que se encargan de las obras de restauración.
«Notas una sensación especial. Yo creo que Al Capone no era tan malo como dicen. Los chicos vinimos a trabajar pensando que encontraríamos en el sótano armas y alcohol. ¡Solo había serpientes y cangrejos!», bromea.
En el suelo de madera del dormitorio donde murió Al Capone había anidado un enjambre de abejas. Hubo que contratar a especialistas para eliminarlas.
El salón principal aparece presidido por una chimenea minimalista y saliendo por el porche se accede directamente a la piscina de 18 metros de largo por nueve de ancho, lo que la convierten en una de las más grandes de la isla.
«Se llenaba con agua de mar a través de un conducto. Dicen que Al Capone pescaba peces en su propia piscina. Hay fotos que lo prueban», narra Bruzzi.
Unos metros más allá del lugar donde Caponedo pescaba tilapias, una embarcación turística se entretiene fotografiando la mansión.
En la ruta de la bahía Vizcaíno, la antigua masión de Al Capone vuelve a ser parada obligatoria.
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