Los eurofans están de fiesta. El festival de Eurovisión una nueva edición, dos años después de Tel Aviv 2019, debido a la pandemia del coronavirus. Así, la ciudad de Rotterdam, en Países Bajos, ha albergado desde hace dos semanas los ensayos para preparar un certamen a medio gas, con público reducido y estrictas medidas sanitarias.
Lo que no han evitado, por ejemplo, es que el ganador de la última edición, Duncan Laurence, se haya contagiado de covid-19 y no puede abrir, como es tradición, la gran final del sábado; o la delegación islandesa, una de las más serias competidoras a llevarse el micrófono de cristal, se haya quedado fuera de la semifinal del jueves, por el positivo de un miembro del equipo.
Viajero eurovisivo
La pandemia ha provocado que muchos fanáticos del concurso se hayan tenido que conformar con ver esta edición desde casa. Sin duda, un drama para Llorenç Frau, todo un eurofan de Son Carrió, que ha recorrido medio mundo siguiendo el festival, desde la edición que se celebró en 2011, en la ciudad alemana de Düsseldorf.
Al año siguiente falló a la cita en Bakú, la capital azerí, pero desde entonces se ha reservado vacaciones para vivirlo en vivo y en directo: Malmö, Copenhague, Viena, Estocolmo, Kiev, Lisboa y Tel Aviv han sido sus destinos.
«Vivimos la experiencia eurovisiva a tope: ensayos, fiestas, las galas para jurados, semifinales y la gran final. Es un non stop», apunta este eurofan, que lamenta profundamente faltar a la cita en Rotterdam, ya que no se reencontrará con muchos compañeros de todo el Estado, que ya se han convertido en amigos.
«La primera vez que vi Eurovisión fue en 1982, cuando Lucía nos representó en Londres. No fui capaz de quitar los ojos de la pantalla. Ahí comenzó mi historia de amor con el certamen. A pesar de malos resultados y de que muchas veces coincidiera con las fiestas de mi pueblo, primero veía Eurovisión, luego salía de fiesta», confiesa Llorenç Frau.
Fan incondicional
Semana eurovisiva y semana de pasión para los fans, que se temen un nuevo bottom 20 del país, es decir, quedar en los últimos puestos, como le ha sucedido a la delegación española durante los últimos siete años. Resultados, sin duda, desoladores.
Pere Joan Llompart está enganchado al concurso desde que lo descubrió en 1995, con tan solo ocho años, cuando España acarició la gloria eurovisiva con Anabel Conde y su mítico Vuelve conmigo, en Dublín. Nunca se ha perdido un festival, los grababa y revisaba en VHS, atesora los cds de todas las ediciones y llegó a viajar a Viena 2015: «Un sueño hecho realidad», asegura.
Lástima que la edición de 2020 se cancelara por la pandemia, porque tenía billetes para vivir el festival en Rotterdam, esta vez acompañado de su ahijada, otra eurofan, a la que ha inculcado con los años su pasión por este certamen musical. «Hay gente a la que le da vergüenza decir que ve Eurovisión. A mí no, lo digo con orgullo», finaliza Llompart.
¿Cómo quedará Blas Cantó?
La delegación española quiere enfrentarse a los malos presagios de las casas de apuestas, que dejan a Blas Cantó en los últimos puestos, y lograr un buen resultado. Llorenç Frau se muestras más optimista que el resto de eurofans. Cree que el carisma del intérprete y su voz podrían despejar dudas mañana y escalar hasta una mejor posición, entre el 17 y el 20. Por su parte, Pere Joan Llompart cree que es una «canción amable», pero le cuesta creer que «conecte con Europa».
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