Andrés Salinas, con algunos de los tomates de su producción propia y ecológica en Vilafranca de Bonany. | Curro Viera

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La vocación por el campo de Andrés Salinas Zwerver (Palma, 1985) le llegó casi como una forma de supervivencia mental. Tras pasar muchos años en el sector cárnico como jefe de ventas de una empresa internacional, se le hizo patente la necesidad de cambiar de vida y de buscar algo que le llenase realmente. Ahora reconoce que en el campo está su vida y su felicidad.

Lleva ya más de cinco años dedicado a este sector. Con dedicación y ganas de aprender ha ido perfilando una forma de producir natural y ecológica, apegada a las tradiciones, en dos productos, la tomàtiga de ramellet a la seca y el melón. Su especialidad es sobre todo esta variedad de tomate, resistente y duradera como pocas, que se cultiva sin regar, recibiendo solo el agua de la lluvia. Comenzó con unas 300 matas, que fueron creciendo hasta alcanzar las 80.000, con una producción actual de 80 toneladas.

Su método ha sido principalmente aprender de los errores y perseverar en el trabajo. En este sentido, se benefició de una beca que le llevó recientemente a Lébrija, en Sevilla, donde pudo conocer de primera mano los métodos de producción de la industria de las hortalizas. Allí aprendió especialmente «lo que no hay que hacer» en cuanto al cultivo, pero si le sirvió como lección sobre la organización de cooperativas.

Así, actualmente su gran ilusión es montar una cooperativa en Vilafranca, donde tiene sus tierras. Aunque ha topado en ocasiones con las reticencias de sus colegas locales, su esperanza es crear una marca local que lleve los productos de Vilafranca al reconocimiento dentro y fuera de la Isla.

Su producción es totalmente ecológica, algo que Andrés no ve como un factor que complique el cultivo: «Es sencillo, solo has de asumir riesgos y saber que la cantidad recogida será inferior, pero su calidad muy superior». Vende también su producción de forma directa en lugares como el mercado ecológico que cada semana se organiza en la plaza de los Patines de Palma. «Lo ecológico no ha de resultar más caro, el problema es que el consumidor se ha vuelto más cómodo y prefiere alimentos industriales, de peor calidad, pero más duraderos», aclara. Pero sus tomates, cultivados a partir de semillas seleccionadas con más de 80 años de antigüedad, no tienen precisamente una caducidad corta, ya que pueden aguantar sin estropearse durante un año entero, por sus especiales características.

Para este joven agricultor aún hay futuro en el campo, pero para ello es imprescindible que «los jóvenes tengan nuevas ideas en todos los aspectos de la producción». Lo ecológico y tradicional no tiene porqué estar reñido con los nuevos modos de producción, que incluyen a las nuevas tecnologías y medios de distribución, aunque para Andrés la clave está, sin duda, en la calidad por encima de la cantidad, en valorar el producto propio y sobre todo en venderlo directa y responsablemente al consumidor.